Colaboraciones

· Fernando Calleja
Tío Fernando Calleja | Fotografía del Tio Fernando Calleja

· EL ESPEJO INDISCRETO. Novela de Enrique Fernández de Córdoba y Calleja
EL ESPEJO INDISCRETO
CAPÍTULO I
EL ESPEJO ME HABLA

Entré al cuarto de baño bostezando, abrí el grifo del lavabo, incliné la cabeza y me eché agua fría en la cara. Al enderezarme, me miré en el espejo. ¿Quién sería ese viejo que me observaba?. Calvo, con bolsas bajo los ojos, rasgos envejecidos,...
Ese individuo no era el que yo llevaba dentro, el yo íntimo que vivía en mi cabeza.
El espejo me enseñaba la imagen de un hombre de 70 años y era imposible que yo tuviera esa edad, pues en mi interior me sentía joven y me parecía que fue ayer mismo cuando acabé la carrera y cuando hice el servicio militar. Solo me identificaba con la mirada del viejo. Esos sí eran mis ojos.
En aquel momento predominaba la expresión irónica en el espejo.
El viejo me observaba con guasa.
De pronto me dijo:
-¿Se puede saber qué miras tanto?
-¿Quién eres tú? –contesté- no te pareces nada a como yo me veo por dentro...
-¡Que gracioso! ¿Pues quien quieres que sea? Soy tu imagen real, no la que tu idealizas. El tiempo pasa muy deprisa y aunque tú te veas interiormente con treinta años, ya has cumplido los setenta y has vivido mucho, siguiendo en cada ocasión el camino que has elegido. Si hubieras hecho otras elecciones tu vida habría sido distinta y ahora serías de otra manera.
-¿De otra manera? Mis padres me han dado un físico, unos genes, un lugar donde nacer y crecer, un nivel social y una educación que me constituyen y en los que mi capacidad decisión no ha tenido nada que ver!.
-Si hombre, eso es cierto, pero ¿No elegiste tú algunos detalles fundamentales, como el qué estudiar, tu profesión, con quien casarte, cuantos hijos tener? ¿No crees que tu vida habría sido muy distinta si hubieras elegido otras posibilidades que has tenido en todos esos aspectos?
-Puede que tengas razón, pero he tenido circunstancias decisivas que me han sido dadas, como, por ejemplo, el haberme quedado huérfano tan pronto...
-Cierto, pero repasa un poco tu vida, recuerda las veces que has tenido esta o aquella opción, piensa qué habría ocurrido si tu elección hubiera sido otra de la que realmente fue, cuéntamelo y entre los dos sacaremos conclusiones. Y recuerda que conmigo no valen mentiras ni disimulos, porque soy tú mismo y te veo con tus propios ojos.
-Eso ya lo sé: eres un juez implacable. Tu idea es interesante, pero, ¿Por donde empiezo?
-Tú sabrás...
-La primera decisión importante que tuve que tomar fue a los 16 años, al acabar el Bachillerato superior. Se me daban bien las Matemáticas, me gustaba mucho el campo y Pepe -mi hermano mayor y único- y yo, habíamos heredado de nuestro padre una gran finca, así es que decidí hacerme Ingeniero Agrónomo, aunque la tradición familiar me empujaba hacia la carrera diplomática.
En aquella época, al acabar una ingeniería con un buen expediente, había dos opciones básicas: hacer oposiciones para funcionario, en mi caso del Ministerio de Agricultura, o elegir entre las varias ofertas de trabajo que era normal recibir. Opté por lo segundo –esa fue mi segunda elección- y, a los 25 años, entré en una de las principales –entre pocas- fábricas de maquinaria agrícola que había entonces en el país.
Eran los años sesenta del pasado siglo y España se despertaba de las pesadillas de la terrible guerra civil y de la hambrienta posguerra. Empezaba a tomar las riendas del país la generación de treinta añeros nacidos durante o después de la ya casi olvidada guerra, que era para ellos “batallitas” de padres y hermanos mayores, aunque también un doloroso recuerdo de muchos seres queridos muertos violentamente.
Los españoles prosperaban de forma visible y luchando con ilusión y esfuerzo. Había trabajo para casi todos (algunos tuvieron que emigrar temporalmente) y era frecuente el “Pluriempleo”: la jornada normal en una empresa y otra ocupación, al acabar aquella, para completar los ingresos. El puesto de trabajo era casi sagrado: cuando se entraba en una empresa se sabía que se podría trabajar allí mientras se quisiera, hasta la jubilación, si llegaba el caso, pues al empresario le era casi imposible echar a un trabajador, salvo falta muy grave, que era estudiada con lupa por las Magistraturas del Trabajo, siempre proclives a darle la razón al empleado.
Empezaba a formarse una amplia clase media –casi inexistente hasta entonces en la historia española- y empezó a ser normal tener coche –el maravilloso SEAT.600 que revolucionó las costumbres- y, entre los jóvenes profesionales y directivos, se hizo habitual comprar un automóvil más grande –dejando el 600 para la mujer- o un barquito o hacerse un chalet en la sierra o comprar un apartamento en la playa.
Había optimismo, tranquilidad y fe en el futuro, lo que motivó la creación de la alegre “Música de los sesenta” y una explosión demográfica.
La maquinaria agrícola era hasta entonces tan escasa en los campos como lo eran los automóviles en calles y carreteras. La fabrica en la que entré tenía la licencia de una prestigiosa firma británica, y mi función era el asesoramiento técnico a los clientes para la elección primero y para el mejor uso y mantenimiento después, de nuestra maquinaria. Tenía que viajar a pueblos de toda Castilla –que era la zona que tenía asignada- me pasaba el día en el campo y tenía el bronceado de un aldeano. Solían invitarme los clientes a degustar la mejor gastronomía de cada lugar.
En Madrid vivía en casa de unos tíos míos –pues mi hermano Pepe, Diplomático solterón, estaba destinado en el extranjero- que me habían adoptado al morir mis padres con dos años de intervalo, cuando yo era adolescente, con la ruptura familiar que eso supone. Muchos tíos y primos que antes veía con frecuencia los veía luego solo en bodas y funerales...
-Espera un momento, al elegir esa profesión tu vida se redujo a viajar por España y tratar básicamente a campesinos y terratenientes y, al romper la tradición familiar de la carrera diplomática, acentuaste la separación con muchos parientes que produjo la muerte de tus padres. Si te hubieras hecho diplomático habrías vivido mucho tiempo en el extranjero, habrías conocido a gente muy distinta –incluso, seguramente la mujer con la que casarte- y tu vida habría sido muy diferente.
-Sí, claro, eso es indiscutible, pues las dos primeras chicas que me atrajeron de verdad las conocí antes de acabar los estudios, y a una de ellas precisamente en el extranjero, pero Rosa, mi mujer me pescó luego, en el campo...
-¿Quiénes eran esas dos chicas?
-La primera fue Nicole, una francesita que conocí en París cuando yo tenía 19 años y ella 16. Aunque éramos unos críos, me atraía muchísimo, y estaba claro que yo a ella también. Fue la niña a la que di el primer e inolvidable beso en la boca.
La segunda fue Choni, cuando yo estaba ya en tercer curso de la carrera. Aunque no se parecía en nada a Nicole también era una chica deliciosa. Yo creo que estuve enamorado de las dos.
-Pero al final te casaste con Rosa...
-Sí. Nos conocíamos desde que éramos niños, dejé de verla unos años y cuando volví a encontrármela, al año siguiente de acabar la carrera, se había convertido en una mujercita y me enamoré de ella. Además casi todos mis amigos se habían casado ya y yo estaba impaciente por hacerlo, dadas las circunstancias de la época. Era una chica muy atractiva y alegre, y vivía en el ambiente, para mí muy propicio, de la gran y preciosa finca de su padre, lindante con la nuestra. A los pocos días de nuestro reencuentro supe que sería mi mujer.
-Un momento ¿Qué quieres decir con “las circunstancias de la época?
-En aquellos tiempos, las costumbres sociales y la influyente Iglesia Católica hacían que muchos chicos, y la gran mayoría de las chicas, llegáramos vírgenes al matrimonio, por lo que en cuanto se acababan los estudios y se conseguía la primera colocación, había urgencia por casarse, aunque fuera en un pisito alquilado y con cuatro muebles.
-Ya veo. ¿Y no has pensado nunca cómo habría sido tu vida si te hubieras casado con Nicole o con Choni, en vez de con Rosa?
-Varias veces, pero eso es imposible saberlo
-No creas, yo puedo contártelo...
-¿De verdad?
-Sí, hombre, pero antes, para ponernos en ambiente háblame de Nicole y de Choni, cómo las conociste, cómo eran...













· EL ESPEJO INDISCRETO. Novela de Enrique Fernández de Córdoba y Calleja
EL ESPEJO INDISCRETO
CAPÍTULO II

QUIEN ERA NICOLE

-Cuando yo tenía 19 años, mi madre decidió que tenía que aprender idiomas –lo que no era entonces tan usual como ahora- y acordó un intercambio con unos parientes franceses de una buena amiga suya. Su hijo Armand pasó un mes en nuestra casa de Madrid y luego yo pasaría otro tanto en la suya de París. Eso tuvo la ventaja de que estuve un mes oyéndole hablar francés, lo que me vino muy bien para complementar la gramática que había aprendido en el Bachillerato. Yo, por mi parte, le ayudaba con su español, indicándole las palabras adecuadas cuando se le atascaban y corrigiéndole la pronunciación. Por ejemplo, le era imposible pronunciar mi nombre, Ramón, y decía “Jamón”.
Yo me sentaba en una silla delante de él, le hacía ver como ponía mi lengua en el paladar y decía:

-Rrrrrrrrrrrr, rra, rra, Ramón...

Y él contestaba:

-Gggggggg, ja, ja, Jamón...

Hasta que lo dejé por imposible.

Cuando llegó el día de irme a París, cogí el tren nervioso e ilusionado, por ser mi primer viaje al extranjero. Pasaron bastantes horas hasta llegar a la frontera, pues aquel “Expreso de Irún” rodaba con una lentitud desesperante. Recuerdo que, aunque yo sabía que era una idea estúpida, en mi fuero interno pensaba que, al entrar en Francia, habría como una raya, algún cambio, y el campo sería de otro color...Naturalmente no ocurrió semejante cosa, lo que no dejó de desilusionarme un poco, pero lo que si cambiaba entonces era el ancho de la vías del ferrocarril en ambos países, por lo que había que transbordar del tren español a otro francés, y aunque este iba mucho más rápido que el otro, tardamos aun muchas horas en llegar a París, lo que hice asomado a la ventanilla desde que entramos lentamente en la estación, buscando, excitado, a Armand entre la multitud que esperaba a los viajeros. Pronto le vi y le hice señas con la mano, a lo que contestó con una gran sonrisa y levantando un brazo.
Hice, impaciente, en el pasillo del vagón, la cola de los viajeros con sus equipajes y, por fin, salté al andén, abrazando a Armand, que se empeñó en llevarme la maleta.

-¿Has hecho un buen viaje?- me preguntó
-Sí, pero un poco largo...
-Ahora cogeremos un taxi para ir a casa, y tendrás el tiempo justo para ordenar tus cosas y darte una ducha, porque a las ocho vamos a una fiesta a casa de una amiga mía.

Armand vivía, cerca de L’ Etoile, con su madre viuda y una criada que se llamaba Purita. Cuando tuve que dirigirme a esta para preguntarle no sé qué, lo hice chapurreando en mi escaso francés, contestándome ella en el mismo idioma ¡Y luego resultó que era española! Como lo era entonces un buen porcentaje del servicio doméstico en Francia.
Pagué otra novatada cuando, al día siguiente, cogí un autobús. En mi casa teníamos la costumbre de intercalar algunas palabras francesas en el argot familiar. En la mesa decíamos: “Acércame el pan, par pitié” o “Dáme el azucar, par pitié” y yo estaba convencido de que esa era la forma cortés de decir “Por favor”. En el autobús, que iba bastante lleno, cuando vi que debía bajarme en la siguiente parada, inicié la aproximación a la puerta diciendo “par pitié, par pitié”, con lo que la gente me abrió inmediatamente pasillo y yo pensé que los franceses eran muy amables...
La fiesta a la que me llevó Armand era en un piso señorial y habría un centenar de chicos y chicas, siendo yo el único español, y ese detalle exótico, unido a que entonces tenía un aspecto atractivo, y no el que tú me enseñas, espejo maldito...

-¡Oye! ¡No insultes! Yo te enseño la realidad de cómo eres ahora, y si no te gusta lo que ves, ponte una careta
-Bueno, no te enfades, te decía que el ser el único extranjero, mi buen aspecto y que bailaba bastante bien, me hizo tener mucho éxito con las chicas, y si algunas de las cuales me sorprendían llamándome “Monsieur”, todas se reían con mi forma macarrónica y gesticulante de hablar en su idioma.
Pronto me di cuenta de que otro de mis atractivos, ante el elemento femenino de la fiesta, era el representar bastante bien el papel de “Caballero español”, lo que me salía de forma natural gracias a la educación recibida de mi madre, que me inculcó la exigencia familiar de serlo y el tener un gran respeto por los demás en general y por las mujeres en particular, siéndole fácil esto último, pues yo sentía por ella, además del lógico amor filial, una gran admiración por su inteligencia, su valor al superar serias dificultades en la vida y su amplia cultura.
Yo veía a las niñas a las que traté en mi primera juventud como seres misteriosamente atractivos pero intocables, a los que un caballero debía tratar con respeto, cediéndoles el asiento, dejándoles pasar primero por las puertas, etc. Sentía que yo debía admirarlas y sentirme recompensado si ellas toleraban dejarse admirar.
La cuestión cambió de aspecto cuando, en mis primeros e inocentes escarceos sexuales (un pellizco, un tropezón buscado, una persecución en la playa,...) descubrí, con asombro, que ello no solo no provocaba la bofetada que yo creía merecer, sino que a la chica de turno ¡le gustaba!. Eso me abrió un nuevo horizonte maravilloso que explorar y se tradujo en que mi mirada, que me era alabada por, al parecer, inspirar confianza, adquiriera un matiz travieso cuando se dirigía a una chica apetecible, como diciéndola: “¡Te daría ahora mismo siete besos, y sé que te gustaría!”, cómo efectivamente comprobé luego tantas veces, al dar un beso o abrazar en un baile y ser casi siempre aceptado y correspondido.
Respecto a lo de “Ser un caballero”, mi madre, cuando yo era niño, utilizaba hábilmente aquel indiscutible y honroso objetivo. Si veía que yo llevaba las uñas sucias, me decía: “En las uñas y en el juego se conoce al caballero”. Si masticaba con la boca abierta: “En el comer y en el juego se conoce al caballero”. Si en el comedor no utilizaba bien la servilleta o hablaba a destiempo: “En la mesa y en el juego se conoce al caballero”, etc. Con lo que yo procuraba algo tan difícil como llevar las uñas limpias o, algo más fácil, portarme bien cuando comíamos.
Y, naturalmente, en el juego, condición fija en todas las variantes de la frase que indicaba cómo lograr ser un caballero, tenía mucho cuidado de no hacer trampas, y de disimular mi enfado si perdía y de atenuar mi alegría si ganaba.
Mi madre también usaba la coacción sicológica en otros aspectos. Un día, cuando yo tendría cuatro o cinco años, le dije: “¡Mamá! ¡Estoy aburrido!”, y me contestó: “Solo se aburren los tontos y los vagos”, por lo que, a partir de entonces procuraba divertirme como fuera o sufría mi aburrimiento en silencio, para no propagar mi estupidez o mi vagancia...
Aquella primera fiesta en París, el mismo día de mi llegada, fue muy divertida y conocí en ella a varios chicos y chicas que me invitaron luego a otras fiestas o “surprise-party” o a los que llamé yo, en los días sucesivos, para ir al cine o a bailar, manteniendo luego la amistad, con algunos de ellos, al transcurrir los años.
Al regresar a casa, Armand me dijo que el sábado siguiente estábamos invitados a un “pic-nic” en el Chateau de Vaux le Vicomte.
La mañana de ese día nos recogió un amigo que tenía un Citroen Dos Caballos -lo que para un chico español de entonces era motivo de sana envidia- sentándose Armand en el asiento del copiloto, que insistí en cederle, yendo yo detrás agradablemente apretujado entre dos chavalas.
El Chateau era magnífico y estaba rodeado por un espléndido parque. Los invitados seríamos también casi un centenar, varios de los cuales habían estado en la fiesta de dos días antes, y otra vez era yo el único extranjero.
Los chicos íbamos con corbata y las chicas vestidas con sencilla elegancia ¡Y con tacones!, y todas me llamaban de “vous” (de usted) y muchas de ellas insistían en llamarme “Monsieur”. En España, lo primero sería inusitado en una comida campestre, y lo segundo en cualquier caso.
Después de visitar los grandes salones y galerías, nos sentamos, en grupos, en una gran explanada de césped, donde pusieron manteles y, encima, los variados y sofisticados platos de comida que aportaba cada invitado y numerosas botellas de refrescos y de diferentes vinos.
Yo elegí el grupo en que estaba Nicole Marland, una preciosidad que me habían presentado a la llegada y a la que me había pegado mientras visitábamos el gran Chateau. Era rubia, de estatura media, con un cuerpo bien proporcionado y una bonita cara en la que resplandecían unos ojos azules que parecían echar chispitas cuando sonreían, lo que era frecuente. Tenía una pequeña naricilla redondeada y unos tentadores labios carnosos.
Además de la abundante comida que había en nuestro propio mantel, continuamente se oía: “Pour Jamón” o “Pour l’espagnol” y me llegaban, pasados de mano en mano por la gente sentada en el césped, platos de comida o botellas de vino que querían que probara.
Durante el almuerzo yo hablaba mezclando palabras de español y de francés y con mucha mímica, lo que hacía que todos se murieran de risa.
Delante de otra de las fachadas del Chateau había un gran estanque, con cisnes que nadaban lenta y señorialmente, y con un par de barquitas en la orilla. Después de comer le señalé estas a Nicole, hice gestos de remar y le dije:

-¿On va faire un petit promenade?
-¡Avec plaisir! - me contestó ruborizándose, lo que hacía casi cada vez que me dirigía a ella

Subimos a una de las pequeñas barcas y me puse a remar, en lo que era bastante experto. Me acerqué a una de las orillas, donde había muchos matorrales, entre los que escondí un poco la barquita, dejé los remos, cogí a Nicole una mano, que era suave y acolchada, y le dije mirándola a los ojos:

-Eres la chica más bonita que he visto nunca

Ella se ruborizó otra vez y me hizo un gesto de no entender. Entonces saqué del bolsillo mi pequeño diccionario, busqué en él y le dije señalándola:

-Mignonne, tres, tres mignonne...

Luego puse las palmas de mis manos en sus mejillas y le di un suave beso en los labios. Cuando me separé un poco, ella estaba roja como un tomate y me miraba con alegre sorpresa. Su boca sonreía un poco abierta. Aquello me atrajo como un imán y, de forma instintiva besé aquellos dientes jugosos. Nicole se apretó contra mi con tanta fuerza que casi hace volcar la barca; tenía como escalofríos y gemía mientras abría su boca acogedora y se me abrazaba. Fue mi primer y maravilloso beso de amor. Oímos que nos llamaban a gritos: “¡Nicole! ¡Jamón!” por lo que debimos separarnos y remar hacia la orilla, donde fuimos recibidos con risitas.
Nicole aparentaba ser muy modosita y tímida en público, pero cuando nos besamos parecía un volcán. Me propuso volver a París con ella, lo que acepté encantado. Tenía un coche deportivo, italiano, descapotable, blanco, tapizado en cuero rojo, que me dejó boquiabierto.
Cuando llegamos a casa de Armand, antes de bajarme del coche, nos besamos largamente. Luego miré sus labios gordezuelos y les dije: “Estáis hechos para ser besados”. Le pregunté a Nicole si quería salir conmigo al día siguiente. “¡Oui!”, me contestó. Me dio su dirección. Debía recogerla a las 5 de la tarde.
Vivía en una casa con jardín cerca del Bois de Boulogne. Me abrió un criado al que le dije:

-J’ai rendez vous avec mademoiselle Nicole...
-La señorita Nicole salió hace media hora- me contestó en perfecto español
-¡Pero si quedamos a las cinco!
-Lo siento señor, yo...

En esto salió Nicole riendo de detrás de una cortina. Ese día aprendí que “blague” quiere decir broma en francés...
Fuimos a sentarnos en una terraza en los Campos Elíseos y luego la llevé a un local para estudiantes, con música de baile, que me había recomendado Armand: la “Cave de la Huchette”, a la que había que entrar con carnet de estudiante, pagando solo 300 francos, y que era, como su nombre indicaba, una bodega de techos abovedados, con tablas a lo largo de las paredes, a modo de asientos, y otra tabla en una esquina, que hacía de mostrador, donde servían refrescos. Había sitio para unas 30 personas, y habría realmente unos 300 estudiantes de ambos sexos y variadísimas nacionalidades, y cuatro chicos, estudiantes también, que con un piano, un saxofón, una batería y un contrabajo, producían lo que a mi y a mis 299 acompañantes, nos parecía una maravillosa música de Jazz. Alternaban una pieza desenfrenada (con todas las luces encendidas) con un ‘Blues’ lento e insinuante (en la penumbra). En el primer caso cinco o seis parejas, que eran las que cabían en la pista y que variaban cada ratito, hacían una verdadera exhibición de baile acrobático, y con la música ensoñadora una masa compacta de parejas acarameladas (en algunos casos hasta un grado increíble) ‘bailaba’ arrullándose en todos los idiomas imaginables.
Fue muy divertido, y volví luego allí con otras chicas, pues quedabas muy bien, porque estaba de moda, era baratísimo y encima muy divertido.
Después de varios bailes apretados y algunos besos, Nicole y yo nos estábamos mirando arrobados cuando, de pronto, ella me cogió las manos excitada y me dijo:

-¡Je t’aime! ¡I love you! ¡Te quiero!- y lo mismo en alemán y en ruso, demostrándome su conocimiento de idiomas y que, en español, sabía decir al menos esas mágicas palabras.

Pero la pasión y el romanticismo no apagaban mis ansias de venganza por su broma cuando fui a buscarla, así es que cuando llegó la hora de pagar la cuenta busqué en mis bolsillos y, fingiendo nerviosismo le dije:

-No argent...

Ella se ruborizó y buscó en su bolso bajo la mirada incisiva del cajero. Tenía varias tarjetas de crédito –que allí no valían- y algunas monedas...Cuando consideré mi venganza cumplida saqué dinero y pagué, diciéndola con ironía.

-Une blague...

Ella me miró con indignación, pero enseguida reíamos los dos.
Las tres semanas que me quedaban de estar en París la vi todos los días que ella o yo no teníamos otros compromisos, pues Armand me llevaba a otras fiestas, me invitaba gente que ya había conocido y también salía con otras chicas.
Además de bonita y sensual, Nicole era muy inteligente y tenía la cultura debida al exigente Bachillerato francés –en cuyo último curso estaba- y a que le gustaba mucho leer. Tenía aficiones artísticas y una vena de actriz, por lo que actuaba en teatros estudiantiles.
También había viajado mucho. Por todo ello tenía una conversación interesante.
Al año siguiente iría a una Universidad americana a licenciarse en Historia.
Me dijo que sus padres querían conocerme y que si podía ir a comer a su casa al día siguiente.
Fui.
El criado me pasó al salón, donde entró Nicole a los pocos minutos y, casi inmediatamente, apareció su padre.
Él se llamaba Jacques, era algo más alto que yo, delgado pero musculoso, moreno con canas en las sienes, y las chispitas que expresaban alegría en los ojos de su hija, eran inquisidoras en los suyos. Era un hombre sólido. Llevaba un traje que se diría cortado por el mejor sastre de París. Según entraba en el salón, extendiendo la mano para saludarme, me dijo en un español bastante correcto:

-Hola, Ramón, Nicole nos ha hablado mucho de ti. Tienes buen aspecto. ¿Cuántos años tienes? ¿A qué te dedicas?
-Encantado de conocerle, monsieur Marland, tengo 19 años y estoy en primer curso de la Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos
-¡Ha! Eso equivale a las Grands Ecoles francesas ¿No?
-Me parece que sí...
-Vaya, no está mal. Y ¿Qué planes tienes para luego?

Miré a Nicole, que, ruborizada, me decía con los ojos: “Por favor, aguanta el interrogatorio”, pero en ese momento entró oportunamente la madre, Katrina, de aspecto aristocrático y mirada dulce, que avanzó hacia mí teatralmente con los brazos abiertos y una gran sonrisa. Me habló en una mezcla de español, italiano y francés, pero que era bastante inteligible:

-Jamono, io so molto contenta de vous connaitre. Vous excusare Jacques per sus questiones. Il est molto impertinente.¿Vous place uno aperitivo?

Jacques era francés de madre griega. Había heredado de su padre una cadena de cinco supermercados, tres en París, uno en Lyon y otro en Marsella, y él había convertido aquello en un imperio comercial repartido por toda Francia y buena parte de Europa, de lo que alardeaba, con motivo, pero algo excesivamente, a la menor ocasión. Por su familia griega participaba en una importante empresa naviera.
Katrina era rusa de nacimiento, hija única de uno de los pocos Grandes Duques que consiguió escapar de la Revolución con buena parte de su considerable fortuna, emigrando a Estados Unidos, donde se hizo un puesto relevante en el negocio del petróleo.
Jacques y Katrina se conocieron cuando ambos eran estudiantes en la Universidad de Yale, a la que iría Nicole el año siguiente.
Había otro hijo, Joules, un año mayor que Nicole, pero que estaba en su barco participando en unas regatas.
La cena fue simpática y me encontré a gusto en aquel ambiente, pero tenía que hacer un esfuerzo para no soltar la carcajada cuando madame Katrina me llamaba “Jamono”, perversión francesa del castellano “Ramón” italianizada luego.
Era una familia muy cosmopolita y de un alto nivel social y económico y cultural.
Después de cenar, los padres se retiraron discretamente y Nicole y yo estuvimos un rato charlando en el salón, luego me despedí de ella tiernamente y me fui a dar un paseo por Pigalle. Entré en ‘La Boule Noire’, que era una especie de antro, lleno de negros, argelinos y gente extraña (un grupito de españoles que había en una esquina, los más extraños de todos). Las atracciones me parecieron escandalosas. Una de ellas consistía en una bella demoiselle que salía ‘vestida’ con una especie de envoltura de globos estratégicamente situados; un tipo se paseaba por la sala entre el público con una baraja de cartas; debías coger una carta; si era negra, nada, pero si era roja, tenías el derecho de pinchar uno de los globos, a elegir, hasta que se acabaron los globos...
Mientras estuve en París, tenía invitaciones a diario: a comer, a cenar, a una fiesta, a un pic-nic,... y, cuando uno se lo pasa muy bien, cuatro semanas se van volando.
Mi último día llevé a Nicole a bailar. Pero estábamos tristes. No pudimos ir en su coche, que estaba averiado. Nos despedimos, conmovidos, en una estación del Metro. Le prometí que volvería a París para verla. Cuando su vagón se fue, me quedé acongojado.
Volví a España y nos escribimos con frecuencia que fue menguando. Nunca volví a verla.
Si yo hubiera tenido 25 años en vez de 19 y estuviera acabando la carrera, en lugar de empezándola, muy probablemente le hubiera pedido que se casara conmigo, lo que habría aceptado casi seguro.
Eso, espejo curioso, es un resumen de lo que puedo contarte de Nicole.

-Era, sin duda, una chica muy interesante.
-Ya lo creo, y me gustaba muchísimo. ¿Cómo nos habría ido de habernos casado? Me dijiste que podías contármelo...
-Pues en algunas cosas te habría ido mejor que con Rosa y en otras peor, como suele ocurrir en la vida, ya te lo contaré, pero primero háblame de Choni.

· EL ESPEJO INDISCRETO. Novela de Enrique Fernández de Córdoba y Calleja
NOVELA DE ENRIQUE FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y CALLEJA
EL ESPEJO INDISCRETO

CAPÍTULO III

QUIÉN ERA CHONI


-Yo salía en Madrid con muchas chicas, entre las que tenía bastante éxito, pero sin que hubiera nada serio con ninguna. Tenía una pandilla de media docena de amigos con los que iba frecuentemente de tapeo: entrábamos en una tasca, pedíamos una ronda de chatos de vino con sus correspondientes tapas y nos la jugábamos a los chinos. Luego hacíamos lo mismo en la tasca de enfrente, y después en otra, y otra ...
Un día entramos en un bar en una de cuyas mesas había dos chicas sentadas, una de ellas muy atractiva. Agarré del brazo a uno de mis amigos y nos sentamos en la mesa de al lado. A los pocos minutos hice reír a las chicas con no recuerdo que bobada. Además, el ser estudiantes de tercer curso de una ingeniería era una buena tarjeta de presentación –la mejor entre las madres de chicas casaderas- así es que entablamos conversación. La que a mí me interesaba se llamaba Choni, era de Alicante y trabajaba de telefonista en unos grandes almacenes. La invité a salir el sábado siguiente y aceptó.
La llevé a merendar a una cafetería y estuvimos charlando un par de horas. Su padre era médico, pero había muerto hacía unos años, dejando a su viuda y a tres hijas en una situación económica algo apretada, por lo que Choni, que era la mayor, se puso a trabajar. Era una chica educada, tranquila, de hablar y gestos suaves. Tenía unos rasgos bonitos, con una nariz elegante, labios finos y bien dibujados y unos ojos soñadores. Su estatura era solo algo menor que la mía y, aunque delgada, bajo la ropa de invierno se adivinaban formas sugestivas.
Me preguntó por mi familia, por los estudios, que si había tenido novia,...Le dije que no y se adelantó a decirme que tampoco ella había estado comprometida. No le gustaba mucho leer, excepto las novelas románticas de Corin Tellado. También le entusiasmaban los lacrimógenos seriales radiofónicos de Sautier Casaseca. Era una hábil costurera y en su familia se alababan mucho sus guisos. Además de Alicante y Madrid, conocía Barcelona, donde había estado una vez en casa de unos parientes. Su trabajo era rutinario, pero había sido ascendida a Jefe de Equipo y no estaba mal pagado.
Es decir: una chica de la admirable clase media española, sensata, trabajadora, poco intelectual y que sería una estupenda madre y ama de casa.
Unos días después la llevé a bailar y consintió que la apretara solo un poquito y, al final, que bailáramos con las mejillas juntas.
Otro día la llevé al cine y elegí asientos en la última fila, lo que aceptó, y lo que implicaba que aceptaría también lo que siempre hacían entonces las parejas en aquellos asientos sin molestos testigos detrás.
Efectivamente, cuando se apagaron las luces, le puse un brazo por los hombros, atraje hacia mí su cabeza y la besé suavemente en los labios. Lo aceptó un instante, pero enseguida apartó la cara y me dijo: “No seas ganso, vamos a ver la película...”.
Así lo hicimos unos minutos, pero pronto volví a besarla, apretándola con la mano un poco las mejillas, para que sus labios hicieran morritos y se abrieran un poco, con lo que el beso, también breve, fue más jugoso. A la tercera vez, cesó toda resistencia y nos besamos con pasión. Pero ella lo hacía con un mimo tranquilo, saboreándolo como el que se come una rica tarta.
Al cabo de unos minutos me preguntó:

-¿Me quieres?
-Eres preciosa y me gustas mucho... –contesté yo

Durante una temporada salí casi exclusivamente con ella, sobre todo al cine y a bailar, lo que hacíamos ya estrechamente abrazados.
Una de las veces nos encontramos con un compañero mío del colegio, que nos presentó a su novia. Yo les presenté a Choni Sánchez-Vallespín, sin calificativos, lo que me supuso recibir luego reproches y lágrimas quizá justificados.
Cuando me enamoré de Rosa comprendí que aquello tenía que acabarse. Pasé un rato amargo al decírselo a Choni, a la que había cogido mucho cariño, pero de la que no estaba enamorado y a la que no veía como mi futura mujer. Pero tengo la conciencia tranquila de que nunca la engañé.
A lo largo de los años me he acordado muchas veces de ella, pidiéndole a Dios que le fuera bien en la vida y que hubiera encontrado un hombre honesto que la hiciera feliz y pensando si no habría podido ser yo ese hombre.
¿Qué me dices sobre eso, espejo chismoso?

-Espera, no seas impaciente, que todavía falta que me hables de Rosa. Luego te contaré qué habría sido de tu vida si, en vez de Ingeniero, te hubieras hecho Diplomático y si en lugar de con Rosa te hubieras casado con Nicole o con Choni.
-¡Pero esto va a ser el cuento de nunca acabar!
-Serán tres historias que procuraré resumirte y con las que te llevarás algunas sorpresas, pero háblame de Rosa.




CAPÍTULO IV-1

QUIÉN ERA ROSA-SOY INGENIERO AGRÓNOMO Y ME CASO CON ELLA


-Como ya te he dicho, mi hermano Pepe y yo teníamos una gran finca en la provincia de Burgos, con la propiedad en proindiviso, que dirigía yo desde que murió nuestro padre, y que lindaba con otra gran dehesa, propiedad de los Condes de Torrecimera, amigos de mi familia de toda la vida, siéndolo yo especialmente del hijo mayor, Tomas, que...

Se oyeron golpes en la puerta del cuarto de baño.

-¡Ramón! ¿Se puede saber qué haces? ¡Llevas ahí más de media hora y se va a enfriar el desayuno! ¿Con quién estás hablando?
-Ya voy, Rosa, ya voy -le hice un guiño al espejo y le dije bajito: ya seguiremos con lo nuestro...

Abrí la puerta y traté de distraer a Rosa. Le di un beso en la mejilla y le dije:

-Siempre he pensado que esta bata te sienta muy bien...

Ella me miraba inquisidora

-¡Vaya! Esta mañana estás besucón y zalamero, pero ¿Con quién hablabas? Por el teléfono móvil no, porque está encima de la mesa...
-Bueno verás, es que estaba cantando...
-¿Cantando? Nunca te he oído cantar en el baño, y además hablabas, no cantabas
-Sí claro, realmente recitaba...
-¿Qué recitabas? ¿Es que ahora te ha dado por la poesía?
-Sí, verás, es que de pronto me he acordado de aquellos versos tan bonitos de Don Juan Tenorio: “¿No es verdad, ángel de amor, que esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor...?”
-¿Y has estado media hora recitando? Porque generalmente tardas menos de diez minutos en afeitarte...
-Es que me he estado recortando el bigote...
-Anda, vamos a desayunar, que cada día estás más raro!
-Pero también cada día te quiero más...-y le di otro beso, que ella me devolvió después de mirarme unos segundos con las cejas alzadas.

Desayunamos, yo copiosamente, empezando por unos huevos fritos con tocino y Rosa un café con leche (largo de café y con leche fría) y una tostada con aceite.
Luego ella se fue al pueblo cercano, de donde hacía ya varios años era la maestra, y yo, con la libertad del jubilado, me fui a dar un paseo a caballo con la triple idea de disfrutar del aire, el sol y el paisaje, de hacer un poco de ejercicio para bajar el desayuno y de pensar en cómo resolver algunos problemas que se me habían planteado en la explotación de los dos fincas, la de mi familia y la que había heredado Rosa.
Pero después de lo ocurrido con el espejo, me puse a pensar en ella.
Era verdad que la quería mucho.
Aunque teníamos caracteres bastante distintos, el roce de tantos años había limado las diferencias y nos había acostumbrado el uno al otro. Además, nuestros ambientes familiares habían sido parecidos y compartíamos una gran afición al campo, a los perros y caballos, a la caza, etc.
Sin embargo yo era, por carácter y por mis estudios, aficionado a las novedades técnicas y, debido a la tradición familiar diplomática, me encantaba viajar y conocer otras gentes y países, mientras que ella era seguidora ferviente de las tradiciones y costumbres de siempre, le costaba muchísimo adaptarse a los nuevos tiempos y le gustaba ir con cierta frecuencia a Madrid y, en verano, a una playa, siempre a la misma, pero le horrorizaba la idea de coger un avión y de ir a sitios tan absurdos como París o Londres, ciudades, según ella, llenas de gente inculta que no habla español.
Ello era motivo de discusiones todos los veranos, hasta que la convencía para ir a pasar al menos quince días a casa de mi hermano, a la ciudad donde estuviera destinado, y el resto de las vacaciones a la consabida playa de siempre.
Rosa era buena, inteligente y trabajadora y tenía un gran sentido común, por lo que yo, además de quererla, la admiraba bastante y respetaba su opinión cuando había que tomar decisiones.
Su enfoque de la vida era austero y natural como la vida en el campo, acostumbrada de siempre a esperar el florecimiento de las cosechas y la reproducción del ganado.

· EL ESPEJO INDISCRETO
NOVELA DE ENRIQUE FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y CALLEJA
EL ESPEJO INDISCRETO

CAPÍTULO IV-2

En los gastos de la casa y en los que hacía para sí misma, Rosa era cicatera y casi roñosa y en el frigorífico y en la despensa había poco más de lo imprescindible, aunque organizaba comidas y cenas demasiado copiosas.
Yo me impacientaba cuando se acababa el azúcar, el café, o cualquier otro producto de consumo diario, que ella compraba de kilo en kilo o de paquete en paquete, por lo que la siguiente vez que iba yo al pueblo, volvía con seis kilos de azúcar y otros tantos paquetes de café, etc., y entonces era ella la que se enfadaba...
Tenía un abundante y amortizado vestuario de campo, pero solo dos o tres conjuntos de ciudad. Yo la regañaba a veces diciéndola que debía comprarse más ropa y, cuando íbamos a Madrid, casi la obligaba a ir de tiendas conmigo y le compraba un vestido, pantalones, unas blusas, etc., aunque la verdad es que, para eso, no se resistía mucho.
Rosa estaba especialmente atractiva con su equipo de amazona: pantalones breeches , que enmarcaban sugestivamente su bonito cuerpo, botas altas, camisa de flores y pañuelo en la cabeza. Esta última prenda era una constante en ella, pues siempre llevaba un pañuelo –de los que tenía dos cajones llenos- de seda o de lana, cubriéndole el pelo, o al cuello, o por los hombros, o en la cintura,...
Rosa era más bien alta, pues me llegaba –sin tacones- a las cejas y yo, en el Servicio Militar, desfilaba en la segunda o tercera de veinte filas de hombres ordenados por estaturas.
Tenía un cuerpo armonioso en el que el único defecto eran unos tobillos poco esbeltos, por lo que le sentaban mejor los pantalones o las faldas largas.
Aunque había heredado de su madre bastantes joyas, solo se las ponía en las grandes ocasiones, con la excepción diaria de una pulsera de oro, imitando piezas de un bocado , regalo de su padre –cuando era Teniente de caballería- a su novia y de otra de marfil que le traje yo cuando estuve en un safari en África, aprovechando el destino de mi hermano Pepe en la embajada en Kinshasa.
En lo que a mi se refiere, también era con ropa de campo como me sentía más a gusto, pero el nivel social y mi trabajo me obligaban a llevar un atuendo correcto, para lo que tenía en el armario lo imprescindible: tres trajes de vestir y media docena de chaquetas y pantalones. Me gustaba ir bien vestido, pero pareciéndome algo natural, sin preocuparme mucho de ello. Me aburría mucho ir al sastre y bastante ir a comprarme ropa, que, gracias a Dios, me duraba mucho tiempo. Mi ideal habría sido tener en un armario seis colecciones idénticas de mis trajes, chaquetas y pantalones y, cuando se estropeara uno de ellos, tirarlo y coger otro igual del armario. Así tendría cubierto mi vestuario para al menos veinte años...
Rosa y yo habíamos tenido siete hijos, todos ya casados e independientes y de los que teníamos quince nietos.
Rosa había sido una buena madre –sin dejar de ser esposa- y les había dado mucho cariño, pero también disciplina. Con ella no valían las rabietas o el “no me gusta” en la comida.
También era compasiva y se preocupaba por las necesidades que detectaba. En los primeros tiempos, cuando había mucha pobreza y muy pocos automóviles, siempre estaba dispuesta a llevar en su coche a algún empleado enfermo a ver al médico del pueblo o a ir a buscar una medicina, que pagaba de su bolsillo. Para eso no miraba el precio.
Enseñaba a leer y las cuatro reglas a los niños de los peones de la finca, hasta que decidió hacer la carrera de Magisterio y se convirtió en la Maestra oficial de la Escuela pueblerina, lo que además aumentó sensiblemente su cultura y amenizó por tanto su conversación.
Tenía dos defectos que me irritaban mucho. De pronto, y sin saber yo casi nunca por qué, se enfurruñaba y no me dirigía la palabra o me hablaba en un tono despectivo insoportable. En esos momentos, gracias a Dios no muy frecuentes, me daban ganas de estrangularla.
El otro defecto era su costumbre de utilizar con frecuencia feas palabrotas que me chirriaban en sus labios, debida a que su madre falleció cuando ella era una niña, a su convivencia con los peones del campo y a las expresiones cuarteleras que se les escapaban a veces a su padre y a su hermano, ambos militares.
Otro problema era su afición desmedida a la comida en general y a las golosinas en particular. Le encantaban los platos fuertes tipo cordero asado, judías con chorizo, callos, etc. Siempre tenía los bolsillos llenos de caramelos –que compartía con cuantos niños se le acercaban- y tenía cajas de bombones en todas las habitaciones de la casa.
A pesar de ello mantenía un cuerpo algo rellenito, pero muy atractivo, que me encandilaba.
Respecto a sus costumbres conservadoras, salía en ello a su padre, militar anclado en el siglo XIX, aunque había nacido a principios del XX, que mantenía la finca casi como la había heredado, con agua corriente que venía de un lejano manantial y con una traída de luz eléctrica que apenas daba para encender una veintena de bombillas, obras que realizó él y que le parecían el máximo de la modernidad y del confort. Naturalmente, en la finca se trabajaba la tierra con arado romano tirado por mulas, aunque su principal actividad eran las reses bravas que campaban a sus anchas en la gran dehesa.
Curiosamente ese equipamiento anticuado fue causa indirecta de mi matrimonio con Rosa.
Cuando acabé la carrera y me vi con el Título de Ingeniero Agrónomo bajo el brazo, comprendí que había que modernizar nuestra propia finca, en la que apenas había un tractor y una cosechadora, las dos máquinas con más de diez años encima.
Y tenía que hacerlo por dos motivos: para obtener un rendimiento de la tierra acorde con los tiempos y, sobre todo, para crear un modelo que pudiera poner de ejemplo para vender la maquinaria de mi empresa a otros cultivadores.
Consulté con mi hermano Pepe, que me dio vía libre: “Tú ocúpate del campo, que yo bastantes problemas diplomáticos tengo”, así es que hipotequé la finca y puse varias hectáreas en regadío con los equipos más modernos, a pesar de las muchas advertencias que recibí diciéndome que era una operación arriesgadísima.
Estudié la composición de la tierra y el clima y elegí una variedad de tomates, busqué los fertilizantes adecuados y monté una factoría para el procesamiento y envasado de los tomates, logrando, con ayuda de los contactos de Pepe, un contrato de compra a largo plazo de un importador americano.
El negocio funcionaba muy bien y la finca multiplicó por diez su rendimiento, lo que la hizo famosa en la comarca.
Aquello llegó a oídos del Conde de Torrecimera, Don Tomás, Coronel de Caballería retirado, que tenía dos hijos: Tomás, de dos años menos que yo, y mi mejor amigo, y Rosita, tres años menor que su hermano.
Un día que fui a verlos a su dehesa vecina, Don Tomás me confesó que, a pesar de su odio a las modernidades, el rendimiento de sus tierras apenas cubría los gastos y que, sabedor del éxito que yo había logrado en mi finca, quería que le aconsejase qué hacer en la suya. Le prometí realizar un estudio sobre ello y le pregunté por sus hijos a los que me extrañaba no ver.

-Tomás está en Valladolid, tienes razón en que debería estar aquí con permiso, pero parece ser que le han arrestado. Rosita llegará del colegio dentro de unos días.

Tomás estaba acabando la carrera militar en la Academia de Caballería de Valladolid, y Rosa, retrasada en sus estudios de Bachillerato, estaba interna en el colegio de Santa María de Huerta, especie de reformatorio del Sagrado Corazón.
Eso, unido a mis propios y duros estudios, y a que yo me iba en vacaciones al extranjero, a casa de mi hermano Pepe, era la causa de que al primero le hubiera visto solo un par de veces en los últimos años y de que a Rosa hiciera ya tres que no la veía.
Cuando yo tenía 17 años sí que los veía con frecuencia. Tomás y yo montábamos a caballo, cazábamos y ayudábamos a veces a los peones con el ganado, y Rosita, que tenía 12 años, se empeñaba en venir con nosotros, a lo que nos negábamos:

-¡No estamos para cuidar niñitas!- le decía su hermano
-¡Os desafío a una carrera, a ver quien llega antes a lo alto de la cuesta de la fuente, si vosotros en vuestros caballos o yo en mi yegua!
-Que no tonta, que vamos a cazar
-¡Pues vamos a una de las conejeras y a ver quien cobra más piezas, si vosotros con las grandes escopetas del 12 o yo con la mía del 20!

También nos desafíó a ver quién se comía más rosquillas en dos minutos.
Intervenía el padre:

-Venga, Tomás, llevadla con vosotros, que sabe cuidarse muy bien sola

Y la verdad era que la chiquilla, delgadita y alargada, montaba como una amazona experimentada, tenía una puntería increíble con su pequeña escopeta y su estómago parecía insaciable.
Rosita era entonces feucha, con unas mejillas hundidas en las que se marcaban demasiado los pómulos y una nariz algo grande, respingona, que parecía desafiar a quien le plantara cara. Una nariz impertinente.
Tenía una personalidad especial y era terca como una mula. Cuando tenía cuatro o cinco años la vieron un día pintando con un lápiz en la pared. Su madre la regañó y la amenazó con que si volvía a hacerlo la encerraría en “el cuarto de los ratones”, lugar inexistente pero teóricamente sobrecogedor. Rosita se fue enfurruñada y volvió enseguida con el lápiz en la mano y un queso debajo del brazo.

-¿Se puede saber a donde vas con ese queso?
-Es para los ratones –dijo Rosita con el ceño fruncido, acercándose a la pared para seguir pintando

Recordaba todo eso mientras seguía al Coronel al porche, donde nos sirvieron un aperitivo.
Un par de semanas después acabé el estudio prometido a Don Tomás y fui a llevárselo.

-¡Hola, Ramón! -me saludó- hace un rato estaba hablando de ti con Rosita, que por fin ha acabado en el colegio y se ha ido a dar un paseo con su yegua; déjame esos papelotes para echarles una ojeada y, si quieres, ensilla un caballo y vete a buscarla. Hace algún tiempo que no la ves y me parece que te vas a llevar una sorpresa.

Un cuarto de hora después salía yo en un alazán, al galope corto, rodeado por tres alborotados perros que se apuntaron al paseo.
La mañana era soleada y corría una brisa olorosa y refrescante que apetecía beber. El campo estaba suavemente ondulado, cubierto, aquí y allá, de matorrales, rocas y encinas. El caballo galopaba muellemente. Los perros nos seguían saltarines y excitados. Qué maravilla.
Al subir la cuesta de la fuente, y recordando viejos tiempos, incité al caballo, que se puso al galope tendido. Saltó de una mata un conejo asustado, los perros se lanzaron tras él entre las patas del caballo, este hizo un quiebro, mis piernas algo desentrenadas no me sujetaron y caí violentamente a tierra, chocando mi rodilla con una piedra.
El alazán salió galopando hacia su cuadra, los perros, perdido el conejo, correteaban alegremente a mí alrededor y yo me quedé tumbado en el suelo sujetando la rodilla, cuyo agudo dolor me hacía no sentir el de las otras varias contusiones que tenía. Estuve así como media hora, hasta que, al mismo tiempo, oí un galopar de caballos que venían del caserío y vi un jinete que, a pocos metros, coronaba la cuesta hacia mí, descabalgaba ágilmente y corría a mi lado. Era una atractiva chica que me dijo:

-¡Ramón! ¿Qué haces ahí?
-Estoy contando hormigas –contesté con voz ronca, mientras me preguntaba quien sería la estúpida que me hacía semejante pregunta.

De pronto vi su inconfundible nariz

-¡Rosita! –exclamé incrédulo

Aquélla niña flacucha se había convertido en una joven mujer de cuerpo armonioso y cara no bonita, pero graciosa y simpática, que llevaba enmarcada en un pañuelo floreado. Tenía los mismos ojos almendrados, pero las mejillas se habían rellenado, con lo que los pómulos y la respingona nariz, siempre impertinente, adquirían las proporciones adecuadas.
Desmontaron entonces Don Tomás y uno de los peones, que habían salido en mi busca al galope, al ver regresar a mi caballo sin jinete.
Me llevaron a la casa y se fue a buscar al médico del pueblo, que diagnosticó que no había rotura en mi rodilla, pero sí una lesión muscular que exigía al menos 15 días de reposo absoluto. Se debía cambiar el vendaje y desinfectar la herida dos veces al día, por la mañana y por la noche.
Me instalaron en el amplio dormitorio de Tomás, entre los de Don Tomás y de Rosa, y esta asumió las tareas de enfermera con el empeño que empleaba en todas sus acciones.
Por las mañanas yo desayunaba en la cama y ella, en bata, en una mesa cercana y, cuando la criada se había llevado las bandejas, procedía a la cura de mi rodilla, con cariño y delicadeza, pero sin miramientos. Si yo me quejaba cuando ella aplicaba el desinfectante, me decía:

-¡No seas cagueta! ¡....! ¿Te acuerdas cuando Tomás y tú no queríais cuidar de ”la niñita”?, ¡Pues ahora soy yo quien te cuida a ti! ¡Así que aguanta como un hombre!

Y, para compensar me daba un beso en la mejilla.

Yo la miraba asombrado, pues notaba que el cariño que sentía por la hermanita de mi amigo, a la que conocía desde que era casi un bebé, se estaba transformando en algo más profundo.
Ella captó mi mirada seria y admirativa.

-¿Se puede saber por qué me miras así?
-Has cambiado mucho...
-¿A mejor o a peor?
-Ya no eres una niña
-¡Mira este! ¡Pues claro! ¡....! Ya tengo 19 años ¿Y eso te parece mal, para que me mires tan serio?
-Es que me gustas más ahora...
-Pues mira qué bien –dijo ella aparentando indiferencia, pero poniéndose algo colorada

· EL ESPEJO INDISCRETO. Novela de Enrique Fernández de Córdoba y Calleja

NOVELA DE ENRIQUE FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA Y CALLEJA
EL ESPEJO INDISCRETO
CAPÍTULO IV-3



Durante el día, Don Tomás venía a echarme una partida de dominó, luego yo leía, oía la radio y jugaba a las cartas o charlaba con Rosita mientras ella hacía punto, siendo esta última parte la que más me gustaba. Era una chica sensata y tradicional, aunque muy activa y de reacciones impulsivas, religiosa, de pocas lecturas, pero siendo la Historia y las biografías lo que más le interesaba, por lo que, en esos aspectos, tenía una cultura apreciable. Su gran pasión era el campo, donde se había criado, y los caballos, la caza, los perros, etc.
Cuando vino Rosa a hacerme la cura otra vez, me quejé, astutamente, algo más fuerte que otras veces, ganándome la consiguiente regañina y, cuando ella, para darme el acostumbrado beso en la mejilla, acercaba su cara, volví yo la mía besando sus labios.
Se apartó al instante y me dio una suave torta

-¿Pero qué haces? ¡....!- me dijo con indignación fingida, pues se había puesto más colorada que la otra vez y su mirada turbada y cálida desmentía a su entrecejo fruncido.
-Es que me gustas mucho...
-¡También te gusta el arroz con leche y no le das besos a traición!
-Mírame a los ojos y dime que no te ha gustado

Me miró fijamente unos segundos, se alisó su entrecejo y su cara respondió con una sonrisa a la que yo le ofrecía

-Sí me ha gustado...

Se levantó y salió precipitadamente de la habitación.

Durante la comida con su padre, charlamos y bromeamos como si no hubiera pasado nada. El coronel nos dijo que había telefoneado Tomás anunciando que el próximo fin de semana vendría con permiso.
Por la noche, cuando vino Rosa a mi cuarto para hacerme la cura rutinaria y yo emití un quejido, me miró con sorna

-Ya sé yo para que te quejas...
-Dame el besito de consuelo...
-Ni lo sueñes
-¡Pero si reconociste que te había gustado que te lo devolviera!
-No hay besito, ¡....!, que eres un caradura y, además, me parece que esta será la última vez que te cure, porque la herida ya está cicatrizada y seguramente el médico te dará el alta cuando venga mañana.

Ya hacía varios días que yo andaba por la casa, cojeando cada vez menos, así es que cuando el Doctor me dijo que la rodilla estaba curada le propuse a Rosa ir al día siguiente a dar un paseo a caballo

-Solo una hora y al paso, pero es que estoy deseando salir al campo...
-Vale, yo también creo que te sentará bien tomar el aire

Salimos al atardecer, cuando ya no hacía tanto calor y había menos moscas y subimos a un cerro cercano para ver la puesta del sol.
Al llegar atamos los caballos a un árbol y nos sentamos en una roca desde la que se veía una gran extensión de campo y, al fondo, en el horizonte, las montañas, en las que se ocultaría el sol, y unas grandes nubes de colores tornasolados.

-Qué bonito –dijo ella
-Tú sí que eres bonita –dije yo cogiendo una de sus manos mientras con la otra le acariciaba la mejilla

Nos miramos a los ojos y me enardeció lo que vi en los suyos, así es que acerque despacito su cabeza y la besé suavemente en los labios. Esta vez no retiró su cara, que ardía, así es que volví a mirarla a los ojos, que expresaban ternura, y la besé de nuevo, esta vez más prolongadamente, aunque sus labios estaban apretados.
Me apartó, despacio pero con firmeza

-¡Ramón! ¡Esto es pecado!

Me desconcertó, como luego haría tantas veces

-Los novios se besan...–dije yo
-¡Pero no somos novios!
-Lo seremos. Yo te quiero ¿Quieres tú ser mi novia? ¡Te quiero! ¡Demonios! ¡Es la primera vez que digo eso!
-¡Y me lo voy a creer! ¡A saber cuantas novias habrás tenido tú!
-Que no, tonta, que nunca he tenido novia
-Y claro, tampoco has besado nunca antes a ninguna chica...
-Bueno, eso sí ¡Pero no eran mis novias!
-¿No acabas de decir que los que se besan son novios?
-Bueno, no siempre lo son...
-Entonces no somos novios, hemos pecado y debemos confesarnos
-¿Pero tú me quieres? ¿Sí o no?
-¿A cuantas chicas has besado?
-¡Por todos los demonios! ¡Te estoy pidiendo que seas mi novia!
-¿Y tengo que decírtelo ahora? ¿Y si te digo que sí me tendrás que besar otra vez?
-Te pienso besar otra vez digas lo que digas
-Entonces te diré que sí...

Le puse un brazo rodeando sus hombros y, como hice con Choni en el cine, apreté sus mejillas con la otra mano, haciendo que separara algo sus labios y besándola esta vez profundamente. Noté que se ponía rígida, aunque no rechazó el beso. Luego la miré con amor y con pasión. En sus ojos vi lo mismo, algo de susto y un profundo estupor.

-¡Dios mío! ¡Qué barbaridad! –dijo con la respiración entrecortada- ¡Esto debe ser pecado grave! ¿A cuantas chicas has besado así?

La hice levantar de la roca, le di un cariñoso azote y le dije:

-¡Y dale! ¡Qué obsesión! Anda, déjate de pecados y de estadísticas y volvamos a casa, que se está haciendo de noche
-Pero entonces ¿Ya somos novios?
-Sí
-¿Y nos vamos a casar?
-Sí
-Pues quiero tener, por lo menos, dos hijos y dos hijas, al primer hijo le llamaremos como tú y al segundo Tomás, como mi padre. La primera hija se llamará como yo y la segunda como tu quieras, y si vienen más, ya veremos ¿Vale?
-Vale, pero venga, sube de una vez al caballo...

Al día siguiente llegó Tomás. Mientras se quitaba el uniforme y deshacía la maleta entré en su cuarto, cerrando la puerta

-Tengo que contarte algo importante...
-Y confidencial, por lo que veo
-Sí, eres el primero en saberlo. Rosita y yo somos novios desde ayer por la tarde...
-¡Coño, Ramón! ¡Vaya notición! ¡Qué alegría me das! ¡Mi hermanita y mi mejor amigo! ¡Es estupendo! ¡Dame un abrazo! Pero oye, antes de nada debes pedirle permiso a papá, ya sabes que es muy tradicional y querrá autorizar vuestras relaciones desde el principio. No te preocupes, porque te quiere y te valora muchísimo y seguro que le das una alegría como a mí.

Lo hice esa misma tarde, aprovechando un momento en el que el Coronel estaba solo en su despacho.

-Don Tomás ¿Puede dedicarme un momento?
-Claro que sí, muchacho, tú dirás...-y me miraba sonriendo con picardía
-Verá, es que me he enamorado de Rosita y quería pedirle permiso para cortejarla...
-¡Vaya, vaya! ¿Conque esas tenemos? ¿Y a ella qué le parece esa idea?
-Creo que le parece bien...
-Claro hombre, si me lo ha dicho esta mañana y estaba yo esperando a que vinieras a confesarte. Me dais una gran alegría, pues creo que eres el hombre que le conviene, os conocéis desde niños y me parece que estáis hechos el uno para el otro

Se levantó, abrió la puerta del despacho y gritó:

-¡Rosita! ¡Tomás! ¡Hay que organizar una fiesta para celebrar esto!

Así había empezado mi relación adulta con Rosa.

Me sacó de mis pensamientos nostálgicos un traspiés del caballo, al que incité a galopar, excitado por aquellos recuerdos.
Volví a la casa sudoroso y lleno de polvo, me duché, evitando mirarme al espejo, y me encerré a trabajar en el amplio despacho, decorado con piezas de caza.
El resto del día transcurrió rutinariamente.
Cuando nos acostamos, me acerqué a Rosa y, apoyado en un codo, le dije:

-¿Te acuerdas de aquel día, viendo la puesta del sol en el cerro, cuando te besé por primera vez?
-Claro que me acuerdo, ¡Pero la primera vez me besaste a traición mientras te curaba la rodilla!
-Entonces apenas te rocé los labios. El primer beso de verdad fue en el cerro
-Para mí sí que lo fue, pero tú nunca me has confesado a cuantas chicas habías besado antes...
-¡Que manía tienes con eso! Anda, déjate de tonterías y ven aquí...

Y antes de dormirmos, y aunque como de costumbre ella se hizo un poco de rogar, retozamos como si fuéramos todavía dos jovencitos.
En el amor físico, Rosa era reticente, lenta, yo debía conquistarla poco a poco, pero cuando conseguía que alcanzara el éxtasis, tenía que taparle la boca para acallar sus gemidos de placer.
Cuando nos dormimos, tuve una pesadilla, por los recuerdos desempolvados al hablar con el dichoso espejo:
Choni, con una larga y vaporosa vestidura blanca, gesticulaba dramáticamente al borde de un precipicio gritando:

-¡Si no me dices que me quieres, me tiro al abismo!

Yo alargué los brazos hacia ella:

-¡No Choni! ¡No te tires! ¡Te quiero!

Me despertó Rosa zarandeándome:

-¡Oye! ¡Vaya manotazo me has dado! ¿Y quien es esa Choni que se tiraba no sé adonde? ¡Y la decías “te quiero”! ¡....!
-¡No mujer! ¡No decía Choni, sino poney, poni! Es que he tenido una pesadilla...
-Pues yo he entendido Choni, pero además, ¿Le decías te quiero a un caballo?
-No, que va, es que tu estabas al borde de un precipicio con un poni vestido de blanco...
-¿Un caballo vestido de blanco?
-Bueno quiero decir con una manta blanca, y me gritabas: “¡Díme que me quieres o tiro al poni!, y yo te decía: “¡Te quiero, no tires al poni!”
-Vaya estupidez
-Mujer, era una pesadilla...

· El espejo indiscreto. Capítulo IV-4
EL ESPEJO INDISCRETO
CAPÍTULO IV-4


Así había empezado mi relación adulta con Rosa.

Me sacó de mis pensamientos nostálgicos un traspiés del caballo, al que incité a galopar, excitado por aquellos recuerdos.
Volví a la casa sudoroso y lleno de polvo, me duché, evitando mirarme al espejo, y me encerré a trabajar en el amplio despacho, decorado con piezas de caza.
El resto del día transcurrió rutinariamente.
Cuando nos acostamos, me acerqué a Rosa y, apoyado en un codo, le dije:

-¿Te acuerdas de aquel día, viendo la puesta del sol en el cerro, cuando te besé por primera vez?
-Claro que me acuerdo, ¡Pero la primera vez me besaste a traición mientras te curaba la rodilla!
-Entonces apenas te rocé los labios. El primer beso de verdad fue en el cerro
-Para mí sí que lo fue, pero tú nunca me has confesado a cuantas chicas habías besado antes...
-¡Que manía tienes con eso! Anda, déjate de tonterías y ven aquí...

Y antes de dormirmos, y aunque como de costumbre ella se hizo un poco de rogar, retozamos como si fuéramos todavía dos jovencitos.
En el amor físico, Rosa era reticente, lenta, yo debía conquistarla poco a poco, pero cuando conseguía que alcanzara el éxtasis, tenía que taparle la boca para acallar sus gemidos de placer.
Cuando nos dormimos, tuve una pesadilla, por los recuerdos desempolvados al hablar con el dichoso espejo:
Choni, con una larga y vaporosa vestidura blanca, gesticulaba dramáticamente al borde de un precipicio gritando:

-¡Si no me dices que me quieres, me tiro al abismo!

Yo alargué los brazos hacia ella:

-¡No Choni! ¡No te tires! ¡Te quiero!

Me despertó Rosa zarandeándome:

-¡Oye! ¡Vaya manotazo me has dado! ¿Y quien es esa Choni que se tiraba no sé adonde? ¡Y la decías “te quiero”! ¡....!
-¡No mujer! ¡No decía Choni, sino poney, poni! Es que he tenido una pesadilla...
-Pues yo he entendido Choni, pero además, ¿Le decías te quiero a un caballo?
-No, que va, es que tu estabas al borde de un precipicio con un poni vestido de blanco...
-¿Un caballo vestido de blanco?
-Bueno quiero decir con una manta blanca, y me gritabas: “¡Díme que me quieres o tiro al poni!, y yo te decía: “¡Te quiero, no tires al poni!”
-Vaya estupidez
-Mujer, era una pesadilla...

Nos volvimos a dormir y, cuando nos despertamos, le dije:

-Rosita, preciosa, lo de anoche fue maravilloso, tengo un hambre tremenda, vamos a desayunar...
-Todavía estás hecho un loco en la cama y te pones pesadito con ese tema..., pero esa pesadilla estúpida..., y ¿No te afeitas primero, como siempre?
-No, me afeitaré cuando vuelva de montar a caballo, antes de ducharme
-¿A estas alturas vas a cambiar de costumbres? Mira que la rutina bien entendida, y rota de vez en cuando, es una de las causas de que nos mantengamos tan bien. ¿No será que quieres recitar poesías sin que te oiga?
-No, mujer, qué tontería...
-Como ahora te ha dado por ahí...

Se fue ella a su Escuela, me di yo mi paseo y entré en el cuarto de baño.

-Hola –le dije al viejo del espejo
-Hola –me contestó- Ayer, cuando te duchaste, evitabas mirarme...
-Es que me das un poco de miedo, hasta he tenido una pesadilla
-¿No quieres que sigamos con nuestra charla?
-¡Sí! ¡Claro que quiero! Estaba empezando a hablarte de Rosa...
-Eso ya me lo sé de cuando lo recordabas ayer montando a caballo, no te olvides de que yo soy tú
-¡Entonces para que contarte nada, si sabes todo lo que pienso!
-Se trata de que recuerdes. Además yo, como soy tu imagen virtual, tengo unas capacidades esotéricas que no tiene tu cuerpo de carne y hueso
-Bueno, pues sigamos. Ya te ha contado cómo conocí a Choni, a Nicole y a Rosita y cómo eran las tres. Me parece que ahora te toca a ti contarme las tres historias de que me hablaste
-Realmente serán solo dos, porque la de que te casaste con Rosa siendo ingeniero, me la estás contando tú a mí, pero primero háblame un poco más de tu matrimonio con Rosa.
-Ya te he contado algo, pero si quieres volvemos al principio. Fuimos novios poco más de un año, durante el que ella pasó temporadas en Madrid –donde estaba mi empresa- en casa de una tía suya y yo iba a su finca siempre que podía.
Cuando nos casamos, compré –con la ayuda de su padre- un piso en la ciudad.
Los primeros años fuimos muy felices y vivimos con desahogo, pues yo ganaba un buen sueldo y mi finca producía unos ingresos considerables.
Pronto empezaron a llegar los hijos, a una velocidad tremenda: en once años tuvimos a los siete, pues Rosa era una ferviente católica que no admitía ningún método de controlar los embarazos. Yo recibía con alegría a cada nuevo hijo que llegaba, pero se hicieron cuantiosos los gastos de vestir y alimentar a tantos niños, más los carísimos colegios, ortodoncias, etc.
Empezaron a no salirme las cuentas.

-Rosa, tenemos que hablar...
-Tú dirás, pero por favor, Ramón, no te pongas tan serio que me asustas ¡...!
-Anda, no digas palabrotas, que sabes que me molesta mucho. Verás, es que tenemos unos gastos que superan bastante a nuestros ingresos
-Eso ya me los has dicho alguna vez, pero me contaste que teníamos ahorros para ir tirando
-Sí, todavía hay bastantes acciones que he tenido que empezar a vender. He calculado que hay reservas para tres años, pero me preocupa mucho quedarnos a cero ante cualquier imprevisto. Dentro de cinco años terminaré de pagar la hipoteca de mi finca, y eso nos dará margen para equilibrar las cuentas, pero hasta entonces tenemos que hacer algo: o reducir los gastos o incrementar los ingresos
-Me parece que en los gastos normales poco podemos ahorrar. El pago mensual más importante son los colegios de los niños. Habría que meterlos en un colegio público.
Sería un ahorro muy importante y para ellos supondría una experiencia que podría venirles muy bien. Y, además de eso, tendríamos que ganar más dinero
-¿Y cómo demonios vamos a hacerlo? Yo no puedo pedir ahora aumento de sueldo
-Hace unos días me hablaste de que iba a haber elecciones para Presidente de la Asociación Nacional de Fabricantes de Maquinaria Agrícola, a cuyo Comité Ejecutivo perteneces hace tiempo. ¿Por qué no te presentas?
-Yo no valgo para eso...
-Ya lo creo que vales. En la última cena del Comité dos de tus compañeros me dijeron que eres el alma de la Asociación. Vales mucho más de lo que piensas y estoy orgullosa de tu labor modernizando el campo en España. Por otra parte, como vengo pensando hace tiempo, yo voy a hacer la carrera de Magisterio, que creo que son tres años. Si me dedico a ello en serio, quizá pueda acabarla en dos años. El sueldo no será gran cosa, pero sí una ayuda apreciable
-Rosa, eres increíble, le subes la moral a cualquiera –me levanté y la di un beso- ¡Te quiero!

Hicimos todo lo que ella planteó: yo fui elegido para la Presidencia de la Asociación y Rosa terminó su carrera en dos años y logró plaza de Maestra en el pueblo cercano a las fincas. Los cuatro hijos mayores se quedaron viviendo conmigo en el piso de Madrid y entraron en un colegio público, y los tres pequeños se instalaron con su madre en la casa de mi finca, yendo con ella a la escuela del pueblo. Así se resolvió la cuestión económica, aunque con la incomodidad de no reunirnos todos más que los fines de semana y los festivos.
Pero además del aspecto económico, había otro problema.
Yo me veía incapaz de prestar a cada uno de los siete hijos la atención que me parecía necesaria y me preocupaba si ejercía adecuadamente mi esencial papel de padre, aunque ello se compensaba con la increíble eficacia de Rosa para atender a sus funciones como estudiante de Magisterio – y luego maestra- ama de casa y madre.
También los hijos, al ser tan numerosos, se ayudaban mucho entre sí y colaboraban en la casa, lo que fomentamos Rosa y yo desde que los niños tenían pocos años, protegiendo los mayores a los más pequeños y estableciéndose un “Orden del Día” con algunas fáciles labores domésticas que cada uno debía cumplir.
Creo que conseguimos crear entre todos un buen equipo.
El piso madrileño lo habíamos amueblado con solo lo imprescindible para estar razonablemente instalados, y los hijos dormían en plan cuartel, en literas.
Mi casa en la finca era amplia, tenía bastantes muebles antiguos, cuadros, etc., pero también sofás y cómodas butacas. Había chimeneas en el salón, en el comedor, en el despacho-biblioteca y en tres de los seis dormitorios, entre ellos el nuestro. Tenía calefacción, imprescindible en invierno.
Rosa apenas había tocado nada, y fui yo el que sugirió que convenía darle una mano de pintura a las habitaciones. A ella no le gustaba cambiar las cosas, le parecía bien como estaban. La casa no le interesaba mucho. Solo pedía que estuviera limpia, que hubiera donde sentarse, una cama amplia y cómoda y que no hiciera frío.
Se iba a la finca por una pequeña carretera comarcal, poco más de media hora en coche desde Val de Rocas, el pueblo más cercano, pero luego había que meterse por un camino, ya en mis tierras, lo que suponía otros quince minutos hasta el caserío.
En la esquina entre la carretera y el camino estaban las grandes naves, para el procesado de los tomates, que había que bordear. Se ascendía luego por una larga y suave cuesta, que se curvaba cada trecho para rodear las rocas desperdigadas por el campo. Al coronar un repecho, se abría a la vista un pequeño valle y, bastante abajo, una gran explanada en la ladera, donde, en medio de un pinar, estaba el caserío. Al fondo serpenteaba el riachuelo.
Al aproximarse, se llenaba el aire del olor de los pinos, fragancia deliciosa que refrescaba los pulmones. El camino bajaba por la ladera, en un largo zigzag, y desembocaba en una amplia plaza, con la casa principal y la capilla al fondo y, en los otros tres lados, las viviendas del personal de la finca, la nave para la maquinaria y graneros y almacenes. En el centro de la plaza había una fuente que vertía el agua a un estanque redondo, rodeado de flores, con un surtidor en medio que lanzaba su chorro a tres metros de altura.
La puerta de la casa estaba enmarcada entre dos antiguas columnas. Cerca, en la pared, había una docena de anillas de hierro para atar a los caballos.
Al entrar en la casa había un amplio zaguán con, al fondo, un espejo de marco dorado y, a ambos lados, dos pequeños guerreros de bronce encima de pedestales de madera y dos cortinajes azules, de suelo a techo, con el escudo familiar en el centro. En la pared de la derecha había una tarima con un viejo arcón encima y sillones fraileros a cada lado. En la de la izquierda subía la escalera al piso de arriba, donde estaban los dormitorios.
La pared donde estaba la puerta de entrada tenía, a un lado, un largo perchero para sombreros y abrigos, con un paragüero y un espacio para bastones. En el otro lado había un mueble antiguo con cajones y, encima, una repisa para tres escopetas, con la base horadada para que encajaran las culatas y piezas arriba para meter los cañones.
Detrás de una de las cortinas estaba la sala que llamábamos “de las visitas”, que comunicaba con el despacho-biblioteca y este con un salón con puerta al comedor.
Por la otra cortina se pasaba a dependencias de servicio, al office y a la cocina.
Los suelos del piso bajo eran de losas de cerámica, para su más fácil limpieza al llegar del campo con las botas, aunque en la entrada, por fuera, había unas piezas de hierro para raspar los suelas con barro. Los techos eran de madera encerada.
En toda la casa había un olor a cuero, a madera vieja, a chimenea, a cera, que se mezclaba armoniosamente, en todo tiempo, con el aroma del pinar y, cuando llovía, con la fragancia de la tierra mojada.
Era una casa sólida, que guardaba las esencias de las varias generaciones de la familia que habían desgastado los escalones de la escalera y sacado brillo a los asientos de cuero de las sillas del comedor.
Para mí era mucho más que una casa: era la realidad tangible de mis raíces.
Me parecía ver a mi padre, a mi abuelo o a otros parientes fallecidos, sentados junto a la chimenea, o a mi madre, en la fuente del patio, arreglando las flores para la capilla.
Del manejo de la casa, y sobre todo de la cocina, se ocupaba Anastasia, ayudada por la hija de uno de los peones.

· Los nacionalismos
LOS NACIONALISMOS



Empezaremos este capitulo con una carta al Director de ABC del 20 de Noviembre de 1996, a los 21 años justos de la muerte de Franco. La firma D. Andrés Martínez-Bordiú Ortega:

“Faltaban ya muy pocos días para la fecha del 20 de noviembre de 1975, Francisco Franco Bahamonde agonizaba en una cama del Centro Clínico de La Paz. (...) En el caso del ilustre moribundo -aunque en plena consciencia todavía- una preocupación seguía embargando su ánimo. Lo sabemos a través de un testimonio excepcional. Es el propio Rey de España, Don Juan Carlos I quien nos cuenta (“El Rey” de J.L. Vilallonga, pág. 86) cómo en una de sus últimas visitas al Generalísimo, ya en su lecho de muerte, al acercarse a su cabecera, éste le cogió la mano, la apretó muy fuerte y le dijo en un suspiro: “Alteza, lo único que os pido es que mantengáis la unidad de España”.
La unidad entre las tierras y los hombres de España fue sin duda objetivo primordial de su quehacer político. Franco fue ante todo un patriota que compartía el concepto que de la Patria tenía otro gran patriota, José Antonio Primo de Rivera, cuando afirmaba que amaba a España porque no le gustaba y era un imperativo su transformación y engrandecimiento, lo que solamente podría lograrse por el esfuerzo conjunto de todos los españoles en un ilusionante proyecto común.
La petición hecha en tan dramáticas condiciones y casi en tono de súplica, no fue atendida, quizás porque la imposibilitaban los acuerdos ya pactados por las fuerzas de la oposición con los partidos nacionalistas.
La Constitución de 1978 -redactada con apresuramiento y sin la debida reflexión- consagra en su contradictorio texto, la división de España al dar nacimiento a los conceptos de autonomías y nacionalidades.
Así, lo que era sin duda necesidad urgente: una profunda descentralización administrativa y el pleno reconocimiento del hecho diferencial de dos regiones, se convirtió en la creación de diecisiete entes autonómicos, con diecisiete gobiernos y diecisiete parlamentos con un costo político y económico que España no puede soportar.
Con ello se rompían 500 años de Historia común, se facilitaba el camino a la separación del País Vasco y Cataluña y se daba nacimiento a antagonismos y enfrentamientos entre las diferentes Autonomías.”

Hablemos de Galicia, que es mi tierra, para lo que sigo con otra “autocita” de “Recuerdos de una familia en el siglo XX”.

“El campesino gallego, la gente “de aldea” como se les llamaba, vivía entonces (1951) muy pobremente y era muy rústica. Eran los únicos en hablar gallego, pues la gente de las ciudades hablaba castellano, aunque con el peculiar y morriñoso acento, diciendo “colo” (regazo), “parvo” (tonto), “rapaz”, etc., y acabando las palabras en “iño”.
Hoy se habla en la “Televisión autonómica” un gallego frío y anodino, más falso que Judas, recitado con voz monocorde y átona por locutores que lo aprendieron en cursillos.
Me indigna que los letreros de la señalización de carreteras estén solo en gallego, que el Ayuntamiento de Gondomar me haya enviado a Madrid un oficio en gallego y que algún imbécil politicoide haya exigido, siendo aprobado por el coro de los estúpidos borregos legisladores, que los nombres oficiales, en toda España, de La Coruña y Orense pasen a ser “A Coruña” y “Ourense” (Nota: el estupendo Alcalde de la primera de dichas ciudades, Francisco Vazquez, socialista –y a quien si yo estuviera empadronado allí votaría sin dudarlo- ha declarado reiteradamente que cuando habla en castellano él dice “La Coruña”).
Claro que eso no es nada al lado de la supina y extrema gilipollez de nuestros sesudos políticos autonómicos hablando en el Senado unos en vasco, otros en catalán y otros en gallego, con un caro y eficaz sistema de traducción simultánea pagado por todos los españoles, que también elegimos a tan preclaros representantes con nuestros inteligentes y bien ponderados votos.
El ansia autonómica del pueblo gallego era tal que cuando se celebró el referéndum correspondiente (en 1980, con la prosperidad y el nivel de vida que había dejado el Franquismo), hubo una abstención de casi el 74%, y los votos a favor de la autonomía fueron el 71%, es decir que dijo “Sí” aproximadamente un 18% de los gallegos.
Pero luego llegaron los políticos a conseguir votos como fuera, siendo un buen sistema el alardear del “¡Yo soy más gallego que tú!”, y cacarear con santa indignación ante cualquier sensata objeción del adversario a sus más absurdas propuestas nacionalistas, y todo ello coreado por unos veraces y ecuánimes periodistas, consiguiendo, como siempre, entre ambos poderes, tan eficaces en su desinteresada búsqueda de la verdad, la eficacia, el patriotismo y el bien del pueblo, convencer a los ciudadanos de que no era el 18% sino la inmensa mayoría de los gallegos los que, hartos de estar sojuzgados y reprimidos por la oprobiosa dictadura anterior, ansiaban la libertad de la autonomía y las delicias del nacionalismo.”

En el ABC del 23 de Diciembre de 1980 se trató extensamente el tema del referéndum:

“SOLO VOTÓ UNO DE CADA CUATRO GALLEGOS CENSADOS

Resultados globales

Abstención...................73,88%
Total de votantes.........26,12%
Votos afirmativos........71,06%
Votos negativos...........20,84%
Votos en blanco.............5,36%
Votos nulos...................2,66%”


En el Editorial se decía:

“EL FRACASO DEL REFERÉNDUM GALLEGO

Con un porcentaje escandalosamente elevado de abstención -superior al 70%- el resultado del referéndum para la aprobación del Estatuto de autonomía de Galicia ha sido un rotundo fracaso. Un fracaso tan notorio, tan evidente, que no admite ninguna explicación referida a la dispersión de los votantes en núcleos rurales, ni a la climatología, ni a las deficiencias de la propaganda.
El caso expuesto, con absoluta claridad, es muy sencillo: la absoluta mayoría del pueblo gallego no ha ido a votar, ha vuelto las espaldas a las urnas, se ha negado a participar en el juego autonómico, no ha pedido el Estatuto y, por lo tanto, no se podrá decir que lo apoya o que lo respalda.
Esta es la verdad. Nada más que la verdad. Si los porcentajes de abstención en los casos precedentes del País Vasco y Cataluña fueron considerables, la abstención gallega ha sido arrolladora.
Tan masiva que obliga a plantear –aunque la hipótesis solo tenga interés teórico- un interrogante sobre la validez de una consulta electoral, tan importante, a la que no acude más del 70% del censo.
Apuntamos esta inquietud porque a la vista del resultado del referéndum gallego el sistema de las autonomías puede resultar siendo una decisión de las minorías en vez de ser, como la democracia parece demandarlo, fruto del acuerdo mayoritario, ley de mayoría.
¿Se puede decir en este caso que el pueblo gallego ha aprobado su Estatuto? ¿No es más cierto deducir, a la vista de tan insuficiente, tan raquítica votación que la mayoría de los gallegos se ha desentendido ostensiblemente del asunto? (...)
El dato es muy grave. Y suscita preocupaciones hondas. Obliga o impulsa a preguntarse hasta qué punto tiene raíces auténticas el autonomismo, hasta qué punto responde a una verdadera demanda nacional el llamado Estado de las autonomías, O hasta qué otro punto, por el contrario, es una creación artificial que solo satisface al doctrinarismo de las minorías (...) resulta reacción normal el temer que se está gobernando de espaldas a la realidad nacional. Es decir, sin tener en cuenta los deseos más ciertos de la inmensa mayoría de los españoles”.

A continuación hay un artículo de Emilio Romero:

“...lo que acaba de ocurrir en Galicia supera todo lo imaginable. (...) Puede decirse que cerca del 80% ha vuelto la espalda al Estatuto de Autonomía de Galicia. ¿Puede instalarse de este modo una “comunidad autónoma?. Legalmente sí, pero moralmente, políticamente y democráticamente no. En consultas populares como estas hubiera sido necesaria una legalidad más democrática como es la de establecer un porcentaje obligado. Los menos no pueden imponer nada a los más.
¿Qué va a suceder? Pues que los caciques gallegos van a imponer una norma jurídica a la región. Estos caciques están avalados ahora por una legítima y comprensible manifestación de los intelectuales gallegos que aman su lengua y hasta su cultura. Pero el pueblo gallego ha probado que está fuera de los intereses de los caciques, y de las bonitas abstracciones de los intelectuales. (...) La distancia orteguiana entre políticos y país va en aumento.”
Sigue un artículo de Lorenzo López Sancho:

“...poco más de medio millón de gallegos de los que acudieron a las urnas del referéndum han dicho que sí al Estatuto y alrededor de los ciento cuarenta mil han dicho que no. Son pues más de millón y medio los que no han dicho ni mus. La Xunta se ha cubierto de gloria. A sus paisanos les importa un pito lo que esos ilustres gallegos, galleguistas, proyectan. (...) A Galicia, envuelta en la saudade y en la desconfianza, no le hace por lo que se ve ninguna ilusión el Estatuto. Pero le van a propinar un Estatuto. Hay que preguntarse si no solo al pueblo gallego, sino a los demás pueblos de España les ilusionan, les apetecen las autonomías. Si, en rigor, no preferirían menos barulletes y personajillos autonómicos y una Administración estatal más distributiva, más racionalizadora, más al hilo de estos tiempos que son los del Pacto Atlántico y el Comecon y el Mercado Común y las multinacionales. (...) Venirle a los gallegos, tan cautos, tan reservados, tan acendradamente realistas con propagandas autonómicas a base de gaitas y centollos parece una palmaria estupidez. Centollos, nécoras y santiaguiños eran los signos que se ponían al pecho los gallegos para luchar contra la República por aquella España una, grande y libre que se ha quedado en esto.
¿Qué es lo que está pasando? ¿Se ha dicho a los gallegos con claridad, con insistencia, pueblo por pueblo, lo que había de ser el Estatuto, qué iban a ganar con que los caciques y los caciquillos se convirtieran en ministros, qué ventajas les iba a portar decir por la radio y la tele “boas noites” en vez de “buenas noches”, etc.?.

Reléanse despacio las frases que he subrayado.

¿Quién se atrevería hoy, 21 años después, a escribir eso? ¿Quién se lo publicaría?. Juzgue el lector.

Respecto a lo de los “caciques y caciquillos convertidos en ministros”, me publicaron una “Carta al director”, en el ABC del 8 de enero de 1998, que transcribo, por venir al caso:

“En 1826, recién adquirida la independencia de España, casi todas las repúblicas hispanoamericanas enviaron diputados al Congreso Internacional de Panamá. Viéndose excesivamente divididas, frente al ya poderoso vecino del Norte, querían intentar allí algún tipo de confederación, lo que, como es sabido, no consiguieron.
En dicho Congreso, uno de los diputados dijo: ‘Estos mediocres localistas fueron, andando el tiempo, los nacionalicidas de la gran patria que nos legó Bolivar. Ellos querían patrias del tamaño de su ambición: patrias microscópicas.’
Es decir, era más apetecible ser todo un presidente de una pequeña nación independiente que solo general de una grande. (La Gran Colombia de Bolivar, que las englobaba).
Claro que algunos años antes el propio Bolivar, sorprendido desagradablemente por el poco entusiasmo de los venezolanos a dejarse independizar de España, decidió deformar la Historia para que fuera más útil a sus fines políticos.
Estableció para ello una separación radical entre los criollos (auténticos colonizadores de todo lo que se hizo en América desde la conquista), a los que convierte en espíritus puros y los españoles (que, salvo los Virreyes y algunos altos cargos y burócratas, estaban en España).
No eran los criollos quienes colonizaban a los indios sino los malvados españoles quienes habían colonizado a los criollos. Esto permite a Bolivar ‘librarse sobre los españoles de toda la carga negativa, de todos los pecados, de todos los vicios (...) asumiendo así todos los argumentos de la leyenda negra y apareciendo ante el pueblo como el paladín de la libertad’.
O sea: ‘nacionalicidas’ con tal de ser presidentes de pequeñas naciones independientes y deformación de la Historia con ese objetivo.
¿Habrá algún lector mal pensado y suspicaz que encuentre algún paralelismo en la España de hoy?”.

Los nacionalistas mienten descaradamente al decir que el centralismo español ha subyugado la histórica independencia (que se han inventado ellos) de las provincias vascas, y les resultaría intolerable leer lo que escribía, a finales del siglo XIX, un ilustre miembro de mi familia, el Teniente General Fernando Fernández de Córdova, Marqués de Mendigorría, en su muy interesante y curiosa autobiografía “Mis Memorias Íntimas” (Sucesores de Rivadeneyra-Madrid-1886):

“...de todas las capitales de provincia era Bilbao la preferida del Ejército (...) aquella encantadora capital, en la que no se penetraba nunca sin alegría ni se abandonaba sin pena, supo conquistar entonces de tal manera el afecto del Ejército, que todos sus individuos estaban siempre dispuestos a defenderla y garantirla a costa de su propia sangre. Toda su población viril y aún los ancianos empuñaron las armas para rechazar las huestes del pretendiente. (...) De las bilbaínas no olvidaré ni su conocida belleza, ni su educación esmeradísima, ni la apasionada y entusiasta fe con que mantenían las mismas opiniones liberales que sus esposos, padres y hermanos. Aquel sentimiento adquirió entonces una fuerza verdaderamente incalculable y condujo a resultados eficaces para la causa de la Reina, pues se inculcó con tales y bellos ejemplos en el corazón de todos los habitantes de la ciudad, contribuyendo mucho a que su población viril la defendiera hasta tocar los limites del heroísmo”.

Aquellas preciosas bilbaínas, aquellos viriles bilbaínos, que luchaban heroicamente al lado del Ejército español para defender los derechos de quien reinaba en Madrid, serían tatarabuelos de los que hoy le ponen bombas a los militares españoles.

(Nota: aunque sea salirse del tema, no me resisto a transcribir lo que cuenta Mendigorría sobre la batalla de Bailén, en la que el General Castaños infligió la primera gran derrota a los hasta entonces invencibles ejércitos napoleónicos: “...nos contaba el noble general Zarco cómo los picadores y vaqueros andaluces, formados en escuadrón valeroso, vestidos con el pintoresco traje de nuestros hombres del campo y armados con las formidables garrochas, cargaron a los coraceros enemigos, y sacándoles de sus sillas con forzado brazo, los levantaban en el aire para hacerlos caer y besar la tierra que con sus plantas profanaban. Fue aquel un hecho sin igual ni parecido en la historia de las más valerosas Caballerías.
Pero no era menos interesante para nosotros, jóvenes e inexpertos oficiales, aunque llenos de ardor y entusiasmo, la versión que nos daba el general, retratando con vivos colores el cuadro del ejército francés, en número de más de 21.000 hombres de soldados viejos y aguerridos desfilando en dos distantes y diversos grupos con sus banderas y cañones, para rendir las armas ante otro compuesto de bisoños voluntarios que realizaban la noble empresa de defender la independencia de la patria y de rescatar al ‘deseado’ Monarca. Aquel imponente espectáculo conmovía todos los ánimos. Desfilaban los vencidos por delante de Castaños vertiendo lágrimas de vergüenza y de despecho, mientras que los vencedores con generoso silencio respetaban la desgracia de sus contrarios. Dupont, a quien Napoleón apellidaba ‘El Rayo del Norte’ por las victorias que sus armas habían alcanzado en toda Europa, al desfilar delante de Castaños, con visible emoción y turbada voz le dijo: ‘General, os entrego esta espada con que he vencido en cien batallas’, ‘Pues, General- le contestó nuestro Caudillo, devolviéndole el arma gloriosa y dándose pausados golpes en el abdomen- mi primera victoria es esta”.

Pero volvamos al Franquismo, que es de lo que se trata.

En su artículo antes citado, Juan Luis Calleja dice:

“...El régimen se empeñó también, con toda el alma, en restañar las cortaduras separatistas y en impedir los celos entre provincias y regiones, con leyes, estudios, planes e industrias. Transvases de aguas, transformación de eriales, autopistas y periféricas, intercambios energéticos, renacimiento y cultivo de los folklores, todo eso y más se enfocó hacia el fortalecimiento de la unidad territorial, que fue otra de las condiciones para el desarrollo continuo, en paz.”

Franco pasaba temporadas todos los años en San Sebastián y en Barcelona (Creo recordar que en los palacios de Ayete y Pedralbes, respectivamente), lo que parecía absolutamente normal y no suscitaba el menor comentario, pues a nadie se le ocurría pensar (por lo menos en mi generación) que vascos y catalanes no fueran tan españoles como el que más.

En el libro varias veces citado “Vida de Gregorio Marañón” (pág.423) se transcribe una carta que le escribe su hijo Gregorio desde el frente de guerra en 1938:

“...he hablado con mucha gente que ha estado en Barcelona. Es algo pasmoso el esfuerzo de la ciudad por ir recobrando poco a poco su normalidad. Los catalanes están animados de la mejor voluntad. Recibieron al Generalísimo y a nuestras tropas con un entusiasmo desconocido desde Santander”.

Supongo que la lectura de ese párrafo produciría un sincope a los actuales nacionalistas catalanes, que se negaron hace un par de años a que el Ejército de la España democrática desfilara por las calles de Barcelona: ¡¡Franco y sus tropas recibidos con entusiasmo en dicha ciudad!!, ¡blasfemia!, ¡ultraje!, ¡vejación!.

Los vascos caían especialmente simpáticos durante el Franquismo, con su carácter abierto y fanfarrón, su habla escueta, su gusto por el chiquiteo en las tascas y su irrefrenable tendencia a ponerse a cantar a coro (y muy bien por cierto) en cuanto tomaban tres vinos.

Santiago López Castillo nos lo cuenta en su artículo “Ecos de ayer” (ABC: 16-12-98):

“...con Franco llegaban los equipos (de fútbol) vascos con el respeto y la veneración de los aiskolaris, los pelotaris o versolaris. A Chamartín y al Metropolitano (denominación, para los no iniciados, de los campos del Madrid y Atlético de Madrid en los años cincuenta, respectivamente) asomaban gentes entusiastas de los equipos de las provincias vascas, todos nos sabíamos de corrido la delantera bilbaína, que siempre terminaba en Gainza, y las gentes de Madrid se deshacían en elogios cuando no reventaban en aplausos por aquellos equipos del Norte que tenían sangre en las venas y eran de pura raza.
En los prolegómenos, los donostias o vizcaitarras, depende del partido en juego, poblaban las calles madrileñas de chapelas, hoy “txapelas”, anudados al cuello los pañuelos según colores, al son del “Txistu” y tamboril. Era una delicia de afición y los hinchas madridistas y rojiblancos disfrutaban con denuedo y no se les hinchaban las pelotas. Nunca.
Hoy, desgraciadamente, la fiebre autonomista/independentista ha convertido los partidos de fútbol en hogueras. De un lado, las ikurriñas; de otro las nacionales, vamos, la roja, amarilla y roja, o sea la española según la Constitución o la estatal según la periferia (en el gallinero también se cuelan las anticonstitucionales) (...) Y aunque la expresión ha de ser libre aun en tela, nadie osa enarbolar la bandera española en San Sebastián o en San Mamés”.

Ahora los nacionalistas vascos dicen que, antes y después, pero sobre todo durante la época de Franco, estuvieron subyugados por el Estado español, a lo que replica, con su lógica acostumbrada, José María Carrascal (ABC: 11-3-97):

“...Me viene a la cabeza la conversación que mantuve hace ya treinta años (Nota: es decir, en 1967, en pleno Franquismo), con un periodista norteamericano, a propósito de la ‘cuestión vasca’, que entonces empezaba a aparecer en los titulares envuelta en sangre.
Mi colega norteamericano estaba convencido de que los vascos eran otro de esos pueblos subyugados de los que por desgracia abundan por el mundo, pero quería información de primera mano.
Más que liarme en un debate, yo me limité a apuntarle unos cuantos hechos: que en aquel momento, varios ministros del Gobierno español eran vascos, empezando por el de Asuntos Exteriores -Castiella-, que los bancos más importantes españoles eran vascos y que la zona más industrializada del país estaba en el País Vasco.
La consecuencia inevitable de todo ello era que el País Vasco gozaba de un nivel de vida bastante superior al del resto de las regiones españolas.
‘¿Quieres decir -me preguntó mi colega norteamericano sin acabar de creérselo- que hay vascos en las carteras más importantes del Gobierno español, que controlan la banca y la industria pesada?’. ‘Exactamente –fue mi respuesta-, y si no lo crees cualquier anuario te lo demostrará’. ‘Entonces -dijo con una auténtica exclamación- ese no es un pueblo subyugado. Ya quisieran los irlandeses o los palestinos gozar de ese estatuto en Gran Bretaña o Israel’.
Ya quisieran el resto de los españoles gozar del estatuto social y de la riqueza que han gozado los vascos hasta prácticamente ayer”. (Nota: durante el Franquismo).

En efecto: en el ABC del 26-2-2002 se comenta un estudio de la Fundación BBVA sobre “La evolución económica de las provincias españolas (1955-1998)” en el que, tomando como base 100 la media nacional de la renta familiar neta disponible per cápita, se comprueba que “Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, que se situaban en 1967, por este orden, en las tres provincias más ricas de España, han perdido posiciones en los últimos treinta años para colocarse en el undécimo, octavo y cuarto lugar respectivamente”

La evolución de los índices es la siguiente:

1967 1998 % perdido
Media nacional....................................................100 100 0
Vizcaya...............................................................140,6 107,0 33.6
Guipúzcoa...........................................................139,2 110,2 29,0
Álava...................................................................137,2 122,7 14,5

Es decir, que la autonomía y el nacionalismo han sido un pésimo negocio para la economía de las familias vascas.

Y respecto a los idiomas, en el ABC del 7-7-1995, D. J. Enrique Álvarez del Castillo publica una interesante “Carta al Director”:

“Señor director: El jueves 8-6-95 se publica una información en su diario bajo el título de ‘Presentado en Madrid: El Catalán, una lengua asediada. El libro documenta la persecución franquista’
En la información se dicen muchas cosas, y entre ellas la siguiente: ‘Tussell afirmó que el asedio al catalán terminó en 1975 o 1977’.
Desconozco la documentación que aporta el libro de Solé i Sabaté pero sí hay algo que me extraña mucho, y es que por haber pertenecido yo a Radiocadena Española, poseo la historia sintetizada de la misma publicada en 1987 en la ‘Agenda Anual’ de dicha Cadena, en la que en el apartado correspondiente al año1968 aparece el siguiente dato: ‘Radio Juventud de Barcelona emite el primer programa hablado exclusivamente en catalán, de la posguerra’. Y un poco más abajo, en la misma página aparece otra nota curiosa: ‘Se celebra, organizado por Radio Juventud de Éibar, el primer certamen de la canción euskera, que continuará hasta el año 1971’.
¿Cómo podía estar perseguido el catalán en 1968 y una emisora oficial (pertenecía al Frente de Juventudes) (Nota: de la Falange) dar un programa en este idioma?.
Yo creo que últimamente se están extremando muchas cuestiones en España (y no en ‘este país’), tratando de sacar temas a relucir que en nada benefician al desarrollo del convivir de los españoles.
Seamos sinceros siempre y tratemos de decir la verdad en todo, respetando a unos y a otros.”

Y en ese mismo ABC de 7-7-95 Ovidio firma un “Zigzag” en el que dice:

“La mejor terapia contra el error y el horror político del nacionalismo es el conocimiento de la Historia. Detrás de todo fanatismo se oculta la ignorancia.
En febrero de 1951 una Orden ministerial creaba en la Universidad de Salamanca la Cátedra ‘Manuel de Larramendi’ para el estudio del vascuence y afirmaba en su parte expositiva que ‘constituye la lengua vasca una de las más venerables antigüedades hispánicas que nos permite reconstruir lo que fue el antiguo Occidente prelatino y preindoeuropeo’. Y más adelante considera deber inexcusable del Estado español atender al estudio, investigación y cuidado científico de esta parte esencial de nuestro patrimonio cultural.
Tal vez muchos ignoren que fue precisamente en Salamanca, en la sección de Filología de su Universidad donde en 1729 se publicó la primera gramática de la lengua vasca, obra del jesuita Manuel de Larramendi.
La tesis de la secular persecución castellana contra los vascos y su lengua es una pura y burda mentira.”

Tergiversando la Historia (como antes se ha visto que hacían los generales de Bolivar), los nacionalistas vascos reclaman recuperar una independencia y una soberanía que jamás tuvieron, y tienen como brazo armado al conjunto de asesinos encuadrados en la ETA.

Mientras ETA asesinaba a policías o guardias civiles de Badajoz, Lugo o Albacete, los nacionalistas “moderados” miraban para otra parte o hacían algunos aspavientos de santa protesta.

Pero han empezado a asesinar políticos y personalidades vascas, y “hertzaintzas”, que tienen padres, esposas, amigos y vecinos vascos, y eso parece que les duele un poquito más.

La única vez que se puso a ETA en un serio aprieto fue cuando el Gobierno del PSOE les hizo la guerra sucia, con su mismo estilo, con los asesinos del GAL, que además, al atacar a los etarras en el Sur de Francia, donde eran amablemente acogidos, hicieron reaccionar al Gobierno francés, que empezó a ser menos complaciente con ETA, al ver sangre en las aceras de sus ciudades.

Estoy convencido de que la gran mayoría de los españoles apoyó, en su fuero interno, las actividades del GAL. (Aunque no la forma descarada de meter la mano en los fondos reservados por parte de varios altos cargos del Ministerio del Interior).

Yo maldigo a los políticos que forzaron, a espaldas del pueblo, como antes se ha visto, la disgregadora y agria “España de las autonomías”, y a quienes, pudiendo evitarlo, no lo hicieron.

Y me da pena la juventud catalana que estudia sus carreras en catalán, pues el día de mañana tendrán muy restringidas las posibilidades de encontrar trabajo, y me parto de risa cuando el inefable señor Arzalluz dice que “el español es el lenguaje de Franco”, a lo que contesta Alfonso Ussía (ABC: 26-3-97):

“...Ha dicho Julián Marías que las palabras de Arzallus, al referirse al español como el ‘idioma de Franco’ han sido estúpidas y que no merece la pena comentarlas. Estoy de acuerdo. Son las palabras propias de un imbécil, de un débil mental, respetuosísimo con la imbecilidad del fundador de su partido. Ahí hay que reconocerle a Arzallus una lealtad admirable. Por lo demás, eso, un ‘Ergelco ipurdi’ o un ‘txoroco ipurdi’, que se traducen igual: Tonto del culo”.

El tema de las autonomías (que me parecería bien si le limitara a una descentralización administrativa) ya no tiene solución, pues los españoles de menos de 30 años no han conocido otra cosa. Aunque queda una esperanza: tampoco los actuales españoles sesentones conocimos, hasta 1975, otra cosa que una España unida y solidaria, y véase ahora...Confiemos en que dentro de unos cuantos años, y en el seno de la Unión Europea, se pase el maldito sarampión de las tendencias independentistas.

Cuando hubo que votar en el referéndum de la Constitución, me leí despacio todo el texto (¿qué % de españoles lo haría?), subrayando en azul lo que más me gustaba, en rojo lo que menos y en negro lo que me parecía inadmisible. Con este último color subrayé lo de las “nacionalidades” y las “autonomías”, por lo que voté en blanco. Era consciente de la necesidad de una Constitución asumible por todos los españoles, pero no podía aceptar la disgregación de España. Tengo a orgullo que mi voto no haya colaborado a eso.

Ahora, jubilado, después de haber viajado intensamente por buena parte del mundo, me dedico a conocer mejor España, pero no pisaré aquellas regiones en las que la señalización, los letreros y los impresos estén en lenguajes incomprensibles y en las que se me mire de reojo por mi acento o por la matrícula de mi coche de Madrid. De irme al extranjero, prefiero hacerlo a Francia, donde tengo buenos amigos y me entiendo perfectamente.

Que pena.

Aunque advierto que yo soy acérrimo nacionalista de mi pueblo, Gondomar, cuyo aguerrido escudo llevo orgullosamente en una pegatina en mi coche.

Gondomar es mucho mejor que la vecina Bayona, nuestras rapazas son más bonitas y nuestro equipo de fútbol más bueno. Ellos presumen mucho de su bahía y sus playas, pero nuestro clima es mucho más sano con tanto bosque.

Así es que: ¡VIVA GONDOMAR!.

Pero ambos pueblos están en el valle Miñor, y es sabido que:

“El valle del Fragoso es muy hermoso.
El valle del Rosal no tiene igual.
Pero el valle Miñor es el mejor”.

A los que no hay quien aguante es a los de Vigo, engreídos con su puerto, su industria y sus cientos de miles de habitantes, que dicen que los del valle somos “de aldea” y que hacen chistes a nuestra costa. Bastante penitencia tienen con su tráfico endemoniado, y el ruido y el aire irrespirable.

Así es que: ¡VIVA EL VALLE MIÑOR!.

Claro que Vigo está también en la provincia de Pontevedra, la mejor de Galicia, sin duda, por mucho que presuman los de La Coruña, empeñados en decir que su capital lo es también de Galicia, la mejor tierra de España, con nuestra gastronomía incomparable: el marisco, la empanada, los viniños blancos que impulsan a bailar la muiñeira, nuestra habla morriñosa,...por algo se jactan los vecinos del otro lado del río Eo de que:

“Gallegos y asturianos, primos hermanos”.

¡Más quisieran!. ¡Si esos solo saben comer fabada, hablan fatal y da risa oírles decir “les vaques” y “les mosques”!.

Así es que ¡VIVA GALICIA!.

Pero después de todo, los asturianos también son del Norte y tocan la gaita (peor que los gallegos), y compartimos unos campos verdes y feraces y un clima húmedo y templado y unas preciosas costas marítimas.

Lo incomprensible es que alguien pueda vivir a gusto en la meseta castellana, con sus interminables y resecas llanuras sin un solo árbol, gélidas en invierno y con insoportable calor en verano, o en Cataluña, con su lengua incomprensible, donde solo piensan en trabajar y en pegar saltitos en círculo agarrados de la mano, o en Andalucía, siempre de cachondeo, donde no comen más que pescaditos fritos.

Así es que: ¡VIVA EL NORTE!.

Naturalmente, entre todos formamos España, tan estupenda en su diversidad cultural, paisajística, folclórica y gastronómica.

Cuando uno está en el extranjero, vibra por igual al oír una muiñeira, una jota, unas sevillanas, etc.

A la hora del buen yantar, es dificilísimo elegir entre unos mariscos gallegos, un asado castellano, una paella, un bacalao al pil-pil, una fabada o un gazpacho andaluz seguido por una fritura malagueña.

España fue la primera nación europea y nuestra idiosincrasia es una rica mezcla de aborígenes celtíberos cultivados por la Roma eterna, con la aportación práctica y guerrera de los godos del Norte europeo y el refinamiento y el sensualismo árabes.

España salvó a Europa de los turcos en Lepanto, de la invasión árabe luego, y de tener una república soviética al Sur más tarde; completó el mundo conocido descubriendo América, creó allí 20 naciones de cultura occidental y gobernó uno de los imperios de mayor trascendencia de la Historia.

¡Hasta donde llegaría el famoso chovinismo francés si pudiera alardear de algo parecido!. Esos franceses que no piensan más que en el sexo (“¡Cherchez la femme!”), que guisan con la empalagosa mantequilla y que presumen tanto de vinos (como si los nuestros no fueran mejores), y con los que hemos andado a trastazos a lo largo de los siglos.

Peores son los ingleses, raza de corsarios en el pasado, flemáticos y aburridos hoy, todo el día tomando te.

¿Y los alemanes “cabezas-cuadradas”, rellenos de salchichas y cerveza?, ¿Y los nórdicos descocados?, ¿Y los italianos gesticulantes atiborrados de espaguetis?.

Así es que ¡VIVA ESPAÑA!.

Pero todas esas importantes naciones constituimos Europa, base de las culturas griega y romana, conjuntadas por el cristianismo, foco de una forma de ser y de encauzar la vida y la sociedad que ha irradiado su esencia a casi todo el mundo.

Ahora 15 naciones pertenecemos a la Unión Europea, uno de los tres pilares básicos socioeconómicos de la humanidad, y tenemos comunes las matrículas de los coches, los carnéts de conducir, los pasaportes (innecesarios ya para viajar dentro de nuestras fronteras comunes), la moneda (el novísimo Euro) y hasta existen fuerzas militares conjuntas.

Los Estados Unidos de América tienen la hegemonía mundial de los dólares y las armas, pero su historia y su cultura no pueden compararse con las de la vieja Europa que los creó. Los americanos siempre tienen prisa, hablan un inglés macarrónico y nasal y no saben comer más que perritos calientes y hamburguesas con mucho ketchup.

Y ¿qué decir de Iberoamérica?. Hablan nuestro precioso español y tienen un bonito folclore, tan influido por el nuestro, pero tienen también ingentes riquezas naturales que no saben aprovechar, una historia plagada de guerras civiles y una situación de grave injusticia social.

Así es que ¡VIVA EUROPA!.

Sin embargo, Estados Unidos e Iberoamérica, con Canadá, Australia y Nueva Zelanda, conforman con nosotros los europeos, la cultura occidental, de manera que uno se encuentra “en su mundo” en Chicago y en París, en Sydney y en Lisboa, en Montreal y en Roma, en Madrid y en Buenos Aires.

No ocurre lo mismo en los exóticos países árabes, en la pobre y sangrienta África y en el misterioso Oriente.

Así es que ¡VIVA OCCIDENTE!.

Pero los salvajes atentados terroristas del 11 de Septiembre de 2001 en Nueva York supusieron un terrible revulsivo para todas las naciones civilizadas del mundo, de todos los continentes y todas las religiones, razas y culturas, que han declarado su intención unánime de luchar conjuntamente contra el terrorismo.

Así es que ¡VIVAN LAS NACIONES CIVILIZADAS!.

El día menos pensado aparecerán los marcianos dispuestos a invadirnos, y será el momento del nacionalismo global y de gritar:

¡VIVA LA TIERRA!.

Es decir, ¿nacionalismo?, ¡sí!, ¡a tope!, pero de diverso grado según de lo que se trate y de con quién se hable. Nacionalismo a nivel del interlocutor y del tema, “Nacionalismo Relativo”, nunca excluyente y compatible con los diversos niveles.

Yo me siento profundamente gondomareño, gallego, español, europeo, occidental y terráqueo, y una cosa no quita la otra.



Nota: Mi hermana Car me regaña después de leer esto. Dice que a ella le encanta Castilla y que no le gusta lo que digo de franceses, ingleses, etc., lo que me hace pensar que quizá no he sabido expresar mi idea sobre el tema y que no se aprecia el tono jocoso empleado.

Castilla me gusta tanto que en su preciosa provincia de Segovia he construido mi casa de campo. Y en Francia tengo varios de mis mejores amigos.

Lo que quiero decir es que, a nivel pueblerino, el más cercano “rival” de Gondomar, con quien establecemos comparaciones, es Bayona, con la que sin embargo hacemos cuerpo para defender las virtudes de Galicia ante Castilla. Que las contiendas históricas entre Francia y España y las ideas estereotipadas que en cada país hay del otro, no impiden que sea estupendo fundirse en la Unión Europea para defendernos juntos del predominio norteamericano, haciendo luego frente común con USA para proteger la cultura occidental. Etc.
Enrique Fernández de Córdoba y Calleja
PD: Hablando del separatismo catalán actual (marzo 2013), habría que ofrecer el máximo apoyo a los muchos catalanes que se sienten españoles. Por otra parte, comento que cuando juega "El Barça" con otro equipo de fútbol, español o de cualquier otro país, yo prefiero que gane el "equipo amigo", es decir, aquel en cuyo estadio no se abuchee e insulte a nuestro himno nacional y a nuestro Rey.

 
 
 
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